Page 201 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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calzándose con toda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una piedra,
y, puestos los tres alrededor della, haciéndose fuerza por detener algunas lágrimas que a los ojos se
le venían, con voz reposada y clara comenzó la historia de su vida desta manera:
-En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, que le hace uno de los que llaman
grandes en España; éste tiene dos hijos: el mayor, heredero de su estado y, al parecer, de sus buenas
costumbres, y el menor no sé yo de qué sea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los
embustes de Galalón. Deste señor son vasallos mis padres, humildes en linaje, pero tan ricos, que si
los bienes de su naturaleza igualaran a los de su fortuna, ni ellos tuvieran más que desear ni yo
temiera yerme en la desdicha en que me veo; porque quizá nace mi poca ventura de la que no
tuvieron ellos en no haber nacido ilustres. Bien es verdad que no son tan bajos, que puedan
afrentarse de su estado, ni tan altos, que a mi me quiten la imaginación que tengo de que de su
humildad viene mi desgracia. Ellos, en fin, son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza
mal sonante, y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos; pero tan ricos, que su riqueza y
magnífico trato les va poco a poco adquiriendo nombre de hidalgos, y aun de caballeros. Puesto que
de la mayor riqueza y nobleza que ellos se preciaban era de tenerme a mí por hija; y así por no tener
otra ni otro que los heredase como por ser padres y aficionados, yo era una de las más regaladas
hijas que padres jamás regalaron.
Era el espejo en que se miraban, el báculo de su vejez, y el sujeto a quien encaminaban, midiéndolos
con el cielo, todos sus deseos; de los cuales, por ser ellos tan buenos, los míos no salían un punto. Y
del mismo modo que yo era señora de sus ánimos, ansí lo era de su hacienda: por mí se recebían y
despedían los criados; la razón y cuenta de lo que se sembraba y cogía pasaba por mi mano; los
molinos de aceite, los lagares del vino, el número del ganado mayor y menor, el de las colmenas.
Finalmente, de todo aquello que un tan rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenía yo la
cuenta, y era la mayordoma y señora, con tanta solicitud mía y con tanto gusto suyo, que
buenamente no acertaré a encarecerlo. Los ratos que del día me quedaban, después de haber dado
lo que convenía a los mayorales, a capataces y a otros jornaleros, los entretenía en ejercicios que son
a las doncellas tan lícitos como necesarios, como son los que ofrece la aguja y la almohadilla, y la
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