Page 167 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que están en el infierno, ni creo que vuestra merced

                  dirá otra cosa.

                  -Así es verdad -dijo el de la Triste Figura-; pero ¿qué haremos para escribir la carta?


                  -¿Y la libranza pollinesca también? -añadió Sancho.

                  -Todo irá inserto -dijo don Quijote-; y seda bueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos, como

                  hacían los antiguos, en hojas de árboles, o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso será

                  hallarse eso ahora como el papel. Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que

                  bien, escribilla; que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio, y tú tendrás cuidado de hacerla

                  trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela

                  de muchachos, o si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún
                  escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás.


                  -Pues ¿qué se ha de hacer de la firma? -dijo Sancho.

                  -Nunca las cartas de Amadís se firmaron -respondió don Quijote.


                  -Está bien -respondió Sancho-; pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y ésa si se traslada,

                  dirán que la firma es falsa, y quedaréme sin pollinos.



                  -La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que en viéndola mi sobrina, no pondrá dificultad en

                  cumplilla. Y en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: «Vuestro hasta la muerte, el

                  Caballero de la Triste Figura.» Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me

                  sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque

                  mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin extenderse a más que a un honesto mirar. Y

                  aun esto, tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la

                  quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces; y aun
                  podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato

                  y encerramiento con que su padre, Lorenzo Corchuelo, y su madre, Aldonza Nogales, la han criado.




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