Page 164 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Llegaron en estas pláticas al pie de una alta montaña, que, casi como peñón tajado, estaba sola entre

                  otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su

                  redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Había por allí

                  muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar apacible. Este sitio escogió

                  el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia; y así, en viéndole, comenzó a decir en voz
                  alta, como si estuviera sin juicio:


                  -Este es el lugar, ¡oh cielos!, que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mesmos

                  me habéis puesto. Este es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño
                  arroyo, y mis continuos y profundos sospiros moverán a la continua las hojas destos montaraces

                  árboles, en testimonio y senal de la pena que mi asendereado corazón padece. ¡Oh vosotros,

                  quienquiera que seáis, rústicos dioses que en este inhabitable lugar tenéis vuestra morada, oíd las

                  quejas deste desdichado amante, a quien una luenga ausencia y unos imaginados




                  celos han traído a lamentarse entre estas asperezas, y a quejarse de la dura condición de aquella

                  ingrata y bella, término y fin de toda humana hermosura! ¡Oh vosotras, napeas y dríadas, que tenéis

                  por costumbre de habitar en las espesuras de los montes, así los ligeros y lascivos sátiros, de quien
                  sois, aunque en vano, amadas, no perturben jamás vuestro dulce sosiego, que me ayudéis a lamentar

                  mi desventura, o, a lo menos, no os canséis de oílla! ¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche,

                  gloria de mi pena. norte de mis caminos, estrella de mi ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto

                  acertares a pedirle, que consideres el lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con

                  buen término correspondas al que a mi fe se le debe! ¡Oh solitarios árboles, que desde hoy en

                  adelante habéis de hacer compañía a mi soledad, dad indicio, con el blando movimiento de vuestras
                  ramas, que no os desagrade mi presencia! ¡Oh tu, escudero mío, agradable compañero en mis

                  prósperos y adversos sucesos, toma bien en la memoria lo que aquí me verás hacer, para que lo

                  cuentes y recites a la causa total de todo ello!


                  Y diciendo esto, se apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y la silla; y, dándole una
                  palmada en las ancas, le dijo;

                                             Portal Educativo EducaCYL
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