Page 158 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Déjeme vuestra merced, señor Caballero de la Triste Figura; que en éste, que es villano como yo y

                  no está armado caballero, bien puedo a mi salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho,

                  peleando con él mano a mano, como hombre honrado.

                  -Así es -dijo don Quijote-; pero yo sé que él no tiene ninguna culpa de lo sucedido.


                  Con esto los apaciguó, y don Quijote volvió a preguntar al cabrero si sería posible hallar a Cardenio,

                  porque quedaba con grandísimo deseo de saber el fin de su historia. Díjole el cabrero lo que primero
                  le había dicho, que era no saber de cierto su manida; pero que si anduviese mucho por aquellos

                  contornos, no dejaría de hallarle, o cuerdo o loco.




                  Capítulo 25: Que trata de las extra Ras cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero

                  de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros

                  Despidióse del cabrero don Quijote y, subiendo otra vez sobre Rocinante, mandó a Sancho que le

                  siguiese, el cual lo hizo, con su jumento, de muy mala gana. Ibanse poco a poco entrando en lo más

                  áspero de la montaña, y Sancho iba muerto por razonar con su amo y deseaba que él comenzase la

                  plática, por no contravenir a lo que le tenía mandado; mas, no pudiendo sufrir tanto silencio, le dijo:

                  -Señor don Quijote, vuestra merced me eche su bendición y me dé licencia; que desde aquí me

                  quiero volver a mi casa, y a mi mujer, y a mis hijos, con los cuales, por lo menos, hablaré y departiré

                  todo lo que quisiere; porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de

                  noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida. Si ya quisiera la suerte que

                  los animales hablaran, como hablaban en tiempo de Guisopete, fuera menos mal, porque departiera

                  yo con mi jumento lo que me viniera en gana, y con esto pasara mi mala ventura; que es recia cosa, y

                  que no se puede llevar en paciencia, andar buscando aventuras toda la vida, y no hallar sino coces y
                  manteamientos, ladrillazos y puñadas, y, con todo esto, nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo

                  que el hombre tiene en su corazón, como si fuera mudo.








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