Page 156 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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habiéndome pedido Luscinda un libro de caballerías en que leer, de quien era ella muy aficionada,

                  que era el de Amadís de Gaula...

                  No hubo bien oído don Quijote nombrar libro de caballerías, cuando dijo:


                  -Con que me dijera vuestra merced al principio de su historia que su merced de la señora Luscinda

                  era aficionada a libros de caballerías, no fuera menester otra exageración para darme a entender la

                  alteza de su entendimiento; porque no le tuviera tan bueno como vos, señor, le habéis pintado, si
                  careciera del gusto de tan sabrosa leyenda: así que para conmigo no es menester gastar más

                  palabras en declararme su hermosura, valor y entendimiento; que, con sólo haber entendido su

                  afición, la confirmo por la más hermosa y más discreta mujer del mundo. Y quisiera yo, señor, que

                  vuestra merced le hubiera enviado junto con Amadís de Gaula al bueno de Don Rugel de Grecia; que

                  yo sé que gustara la señora Luscinda mucho de Daraida y Garaya, y de las discreciones del pastor

                  Darinel y de aquellos admirables versos de sus bucólicas, cantadas y representadas por él con todo
                  donaire, discreción y desenvoltura. Pero tiempo podrá venir en el que se enmiende esa falta, y no

                  durará más en hacerse la enmienda de cuanto quiera vuestra merced ser servido de venirse conmigo

                  a mi aldea; que allí le podré dar más de trecientos libros, que son el regalo de mi alma y el

                  entretenimiento de mi vida; aunque tengo para mí que ya no tengo ninguno, merced a la malicia de

                  malos y envidiosos encantadores. Y perdóneme vuestra merced de haber contravenido a lo que

                  prometimos de no interromper su plática, pues, en oyendo cosas de caballerías y de caballeros
                  andantes, así es en mi mano dejar de hablar en ellos como lo es en la de los rayos del sol dejar de

                  calentar, ni humedecer en los de la luna. Así que, perdón, y proseguir, que es lo que ahora hace más

                  al caso.


                  En tanto que don Quijote estaba diciendo lo que queda dicho, se le había caído a Cardenio la cabeza
                  sobre el pecho, dando muestras de estar profundamente pensativo. Y, puesto que dos veces le dijo

                  don Quijote que prosiguiese su historia,




                  ni alzaba la cabeza, ni respondía palabra; pero al cabo de un buen espacio la levantó y dijo:



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