Page 157 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-No se me puede quitar del pensamiento, ni habrá quien me lo quite en el mundo, ni quien me dé a
entender otra cosa, y sería un majadero el que lo contrario entendiese o creyese, sino que aquel
bellaconazo del maestro Elisabat estaba amancebado con la reina Madásima.
-Eso no, ¡voto a tal! -respondió con mucha cólera don Quijote, y arrojóle, como tenía de costumbre-;
y ésa es una muy gran malicia, o bellaquería, por mejor decir: la reina Madásima fue muy principal
señora, y no se ha de presumir que tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras; y
quien lo contrario entendiere, miente como muy gran bellaco. Y yo se lo daré a entender, a pie o a
caballo, armado o desarmado, de noche o de día, o como más gusto le diere.
Estabale mirando Cardenio muy atentamente, al cual ya había venido el accidente de su locura y no
estaba para proseguir su historia; ni tampoco don Quijote se la oyera, según le había disgustado lo
que de Madásima le había oído. ¡Extraño caso; que así volvió por ella como si verdaderamente fuera
su verdadera y natural señora: tal le tenían sus descomulgados libros! Digo, pues. que, como ya
Cardenio estaba loco, y se oyó tratar de mentís y de bellaco, con otros denuestos semejantes,
parecióle mal la burla, y alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en íos pechos tal golpe a
don Quijote, que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar a su señor,
arremetió al loco con el puño cerrado, y el Roto le recibió de tal suerte, que con una puñada dio con
él a sus pies, y luego se subió sobre él y le brumó las costillas muy a su sabor. El cabrero, que le
quiso defender, corrió el mesmo peligro. Y después que los tuvo a todos rendidos y molidos, los
dejó, y se fue con gentil sosiego a emboscarse en la montaña.
Levantóse Sancho, y con la rabia que tenía de verse aporreado tan sin merecerlo, acudió a tomar la
venganza del cabrero, diciéndole que él tenía la culpa de no haberles avisado que a aquel hombre le
tomaba a tiempos la locura; que si esto supieran, hubieran estado sobre aviso para poderse guardar.
Respondió el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no lo había oído, que no era suya la culpa.
Replicó Sancho Panza, y tomó a replicar el cabrero, y fue el fin de las réplicas asirse de las barbas y
darse tales puñadas, que si don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran pedazos. Decía Sancho,
asido con el cabrero:
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