Page 154 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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liberal y enamorado, el cual, en poco tiempo, quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir a

                  todos; y aunque el mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al extremo con que don

                  Fernando me quería y trataba. Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que

                  no se comunique, y la privanza que yo tenía con don Fernando dejaba de serlo, por ser amistad,

                  todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, que le traía con un poco de
                  desasosiego. Quería bien a una labradora, vasalla de su padre, y ella los tenía muy ricos, y era tan

                  hermosa, recatada, discreta y honesta, que nadie que la conocía se determinaba en cuál destas cosas

                  tuviese más excelencia, ni más se aventajase. Estas tan buenas partes de la hermosa labradora

                  redujeron a tal término los deseos de don Fernando, que se determinó, para poder alcanzarlo y

                  conquistar la entereza de la labradora, a darle palabra de ser su esposo; porque de otra manera era
                  procurar lo imposible. Yo, obligado de su amistad, con las mejores razones que supe, y con los más

                  vivos ejemplos que pude, procuré estorbarle y apartarle de tal propósito; pero viendo que no

                  aprovechaba, determiné de decirle el caso al duque Ricardo, su padre; mas don Femando, como

                  astuto y discreto, se receló y temió desto, por parecerle que estaba yo obligado, en vez de buen

                  criado, a no tener encubierta cosa que tan en perjuicio de la honra de mi señor el duque venia; y así,

                  por divertirme y engañarme, me dijo que no hallaba otro mejor remedio para poder apartar de la

                  memoria la hermosura que tan sujeto le tenía, que el ausentarse por algunos meses, y que quería
                  que el ausencia fuese que los dos nos viniésemos en casa de mi padre, con ocasión que dirían al

                  duque que venia a ver y a feriar unos muy buenos caballos que en mi ciudad había, que es madre de

                  los mejores del mundo. Apenas le oí yo decir esto, cuando, movido de mi afición, aunque su

                  determinación no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las más acertadas que se podían

                  imaginar, por ver cuán buena ocasión y coyuntura se me ofrecía de volver a ver a mi Luscinda. Con

                  este pensamiento y deseo, aprobé su parecer y esforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por
                  obra con la brevedad posible, porque, en efeto, la ausencia hacía su oficio, a pesar de los más firmes

                  pensamientos. Ya, cuando él me vino a decir esto, según después se supo, había gozado a la

                  labradora con título de esposo, y esperaba ocasión de descubrirse a su salvo, temeroso de lo que el

                  duque su padre haría cuando supiese su disparate. Sucedió, pues, que, como el amor en los mozos,



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