Page 153 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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y que mi alma se consumía con el deseo de verla, determiné poner por obra y acabar en un punto lo

                  que me pareció que más convenía para salir con mi deseado y merecido premio, y fue el pedírsela a

                  su padre por legítima esposa, como lo hice; a lo que él me respondió que me agradecía la voluntad

                  que mostraba de honralle, y de querer honrarme con prendas suyas; pero que siendo mi padre vivo,

                  a él tocaba de justo derecho hacer aquella demanda; porque si no fuese con mucha voluntad y gusto
                  suyo, no era Luscinda mujer para tomarse ni darse a hurto. Yo le agradecí su buen intento,

                  pareciéndome que llevaba razón en lo que decía, y que mi padre vendría en ello como yo se lo dijese;

                  y con este intento, luego en aquel mismo instante fui a decirle a mi padre lo que deseaba. Y al

                  tiempo que entré en un aposento donde estaba, Le hallé con una carta abierta en la mano, la cual,

                  antes que yo le dijese palabra, me la dio, y me




                  dijo: «Por esta carta verás, Cardenio, la voluntad que el duque Ricardo tiene de hacerte merced.»
                  Este duque Ricardo, como ya vosotros, señores, debéis de saber, es un grande de España que tiene

                  su estado en lo mejor desta Andalucía. Tomé y leí la carta, la cual venía tan encarecida, que a mi

                  mesmo me pareció mal si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedía, que era que me

                  enviase luego donde él estaba; que quería que fuese compañero, no criado, de su hijo el mayor, y

                  que él tomaba a cargo el ponerme en estado que correspondiese a la estimación en que me tenía. Leí

                  la carta y enmudecí leyéndola, y más cuando oí que mi padre me decía: «De aquí a dos días te
                  partirás, Cardenio, a hacer la voluntad del duque, y da gracias a Dios, que te va abriendo camino por

                  donde alcances lo que yo sé que mereces.» Añadió a éstas otras razones de padre consejero. Llegóse

                  el término de mi partida, hablé una noche a Luscinda, dijele todo lo que pasaba, y lo mesmo hice a

                  su padre, suplicándole se entretuviese algunos días y dilatase el darle estado hasta que yo viese lo

                  que Ricardo me quería; él me lo prometió, y ella me lo confirmó con mil juramentos y mil desmayos.

                  Vine, en fin, donde el duque Ricardo estaba. Fui dél tan bien recebido y tratado, que desde luego

                  comenzó la envidia a hacer su oficio, teniéndomela los criados antiguos, pareciéndoles que las
                  muestras que el duque daba de hacerme merced habían de ser en perjuicio suyo. Pero el que más se

                  holgó con mi idea fue un hijo segundo del duque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentil hombre,


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