Page 152 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Estas razones del Roto trujeron a la memoria a don Quijote el cuento que le había contado su
escudero, cuando no acertó el número de las cabras que habían pasado el río, y se quedó la historia
pendiente. Pero, volviendo al Roto, prosiguió diciendo:
-Esta prevención que hago es porque querría pasar brevemente por el cuento de mis desgracias; que
el traerlas a la memoria no me sirve de otra cosa que añadir otras de nuevo, y mientras menos me
preguntáredes, más presto acabaré yo de decillas, puesto que no dejaré por contar cosa alguna que
sea de importancia para satisfacer del todo a vuestro deseo.
Don Quijote se lo prometió en nombre de los demás, y él, con este seguro, comenzó desta manera:
-Mi nombre es Cardenio: mi patria, una ciudad de las mejores desta Andalucía; mi linaje, noble; mis
padres, ricos; mi desventura, tanta, que la deben de haber llorado mis padres, y sentido mi linaje,
sin poderla aliviar con su riqueza; que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes
de fortuna. Vivía en esta mesma tierra un cielo, donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a
desearme: tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero de más
ventura, y de menos firmeza de la que a mis honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda amé,
quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mi, con aquella sencillez y buen
ánimo que su poca edad permitía. Sabían nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello,
porque bien veían que, cuando pasaran adelante, no podían tener otro fin que el de casarnos, cosa
que casi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas. Creció la edad, y con ella el amor de
entrambos, que al padre de Luscinda le pareció que por buenos respetos estaba obligado a negarme
la entrada de su casa, casi imitando en esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada de los
poetas. Y fue esta negación añadir llama a llama y deseo a deseo; porque, aunque pusieron silencio a
las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales con más libertad que las lenguas suelen
dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado; que muchas veces la presencia de la
cosa amada turba y enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida. ¡Ay, cielos, y
cuántos billetes le escribí! ¡Cuán regaladas y honestas respuestas tuve! ¡Cuántas canciones compuse
y cuántos enamorados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus sentimientos, pintaba sus
encendidos deseos, entretenía sus memorias y recreaba su voluntad! En efecto, viéndome apurado,
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