Page 151 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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todo género de consuelo, pensaba ayudaros a llorarla y plañiría como mejor pudiera; que todavía es

                  consuelo en las desgracias hallar quien se duela dellas. Y si es que mi buen intento merece ser

                  agradecido con algún género de cortesía, yo os suplico, señor, por la mucha que veo que en vos se

                  encierra, y juntamente os conjuro por la cosa que en esta vida más habéis amado o amáis, que me

                  digáis quién sois y la causa que os ha traído a vivir y a morir entre estas soledades como bruto
                  animal, pues moráis entre ellos tan ajeno de vos mismo cual lo muestra vuestro traje y persona. Y

                  juro -añadió don Quijote- por la orden de caballería que recibí, aunque indigno y pecador, y por la

                  profesión de caballero andante, que si en esto, señor, me complacéis, he de serviros con las veras a

                  que me obliga el ser quien soy, ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos

                  a llorarla, como os lo he prometido.

                  El Caballero del Bosque, que de tal manera oyó hablar al de la Triste Figura, no hacia sino mirarle, y

                  remirarle, y tomarle a mirar de arriba abajo; y después que le hubo bien mirado, le dijo:

                  -Si tienen algo que darme de comer, por amor de Dios que me lo den; que después de haber comido

                  yo haré todo lo que se me manda, en agradecimiento de tan buenos deseos como aquí se me han

                  mostrado.


                  Luego sacaron, Sancho de su costal y el cabrero de su zurrón, con que satisfizo el Roto su hambre,
                  comiendo lo que le dieron como persona atontada, tan apriesa, que no daba espacio de un bocado al

                  otro, pues antes los engullía que tragaba; y en tanto que comía, ni él ni los que le miraban hablaba

                  palabra. Como acabó de comer les hizo de señas que le siguiesen, como lo hicieron, y él los llevó a un

                  verde pradecillo que a la vuelta de una peña poco desviada de allí estaba. En llegando a él, se tendió

                  en el suelo, encima de la yerba, y los demás hicieron lo mismo, y todo




                  esto sin que ninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberse acomodado en su asiento, dijo:

                  -Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras, habéisme de

                  prometer de que con ninguna pregunta, ni otra cosa, no interromperéis el hilo de mi triste historia;

                  porque en el punto que lo hagáis, en ése se quedará lo que fuere contando.


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