Page 149 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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junto a sí, con tal denuedo y rabia que, si no se le quitáramos, le matara a puñadas y a bocados; y
                  todo esto hacía, diciendo: ‘‘¡Ah, fementido Fernando! ¡Aquí, aquí me pagarás la sinrazón que me

                  heciste: estas manos te sacarán el corazón, donde albergan y tienen manida todas las maldades

                  juntas, principalmente la fraude y el engaño!’’ Y a éstas añadía otras razones, que todas se

                  encaminaban a decir mal de aquel Fernando y a tacharle de traidor y fementido. Quitámossele,

                  pues, con no poca pesadumbre, y él, sin decir más palabra, se apartó de nosotros y se emboscó

                  corriendo por entre estos jarales y malezas, de modo que nos imposibilitó el seguille. Por esto
                  conjeturamos que la locura le venía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de

                  haber hecho alguna mala obra, tan pesada cuanto lo mostraba el término a que le había conducido.

                  Todo lo cual se ha confirmado después acá con las veces, que han sido muchas, que él ha salido al

                  camino, unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan para comer y otras a quitárselo por

                  fuerza; porque cuando está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen

                  grado, no lo admite, sino que lo toma a puñadas; y cuando está en su seso, lo pide por amor de Dios,
                  cortés y comedidamente, y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas. Y en verdad os

                  digo, señores –prosiguió el cabrero–, que ayer determinamos yo y cuatro zagales, los dos criados y

                  los dos amigos míos, de buscarle hasta tanto que le hallemos, y, después de hallado, ya por fuerza ya

                  por grado, le hemos de llevar a la villa de Almodóvar, que está de aquí ocho leguas, y allí le

                  curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quién es cuando esté en sus seso, y si tiene

                  parientes a quien dar noticia de su desgracia». Esto es, señores, lo que sabré deciros de lo que me

                  habéis preguntado; y entended que el dueño de las prendas que hallastes es el mesmo que vistes
                  pasar con tanta ligereza como desnudez –que ya le había dicho don Quijote cómo había visto pasar

                  aquel hombre saltando por la sierra.


                  El cual quedó admirado de lo que al cabrero había oído, y quedó con más deseo de saber quién era el

                  desdichado loco; y propuso en sí lo mesmo que ya tenía pensado: de buscalle por toda la montaña,
                  sin dejar rincón ni cueva en ella que no mirase, hasta hallarle. Pero hízolo mejor la suerte de lo que

                  él pensaba ni esperaba, porque en aquel mesmo instante pareció, por entre una quebrada de una


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