Page 144 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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–Esto es prosa, y parece carta.


                  –¿Carta misiva, señor? –preguntó Sancho.

                  –En el principio no parece sino de amores –respondió don Quijote.




                  –Pues lea vuestra merced alto –dijo Sancho–, que gusto mucho destas cosas de amores.

                  –Que me place –dijo don Quijote.


                  Y, leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vio que decía desta manera:

                  Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan a parte donde antes volverán a tus oídos las

                  nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas. Desechásteme, ¡oh ingrata!, por quien tiene

                  más, no por quien vale más que yo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo

                  dichas ajenas ni llorara desdichas propias. Lo que levantó tu hermosura han derribado tus obras:

                  por ella entendí que eras ángel, y por ellas conozco que eres mujer. Quédate en paz, causadora de mi
                  guerra, y haga el cielo que los engaños de tu esposo estén siempre encubiertos, porque tú no quedes

                  arrepentida de lo que heciste y yo no tome venganza de lo que no deseo.


                  Acabando de leer la carta, dijo don Quijote:

                  –Menos por ésta que por los versos se puede sacar más de que quien la escribió es algún desdeñado

                  amante.


                  Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; pero lo

                  que todos contenían eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes,
                  solenizados los unos y llorados los otros.


                  En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin dejar rincón en toda ella, ni

                  en el cojín, que no buscase, escudriñase e inquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de lana

                  que no escarmenase, porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: tal golosina habían
                  despertado en él los hallados escudos, que pasaban de ciento. Y, aunque no halló mas de lo hallado,

                  dio por bien empleados los vuelos de la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas,


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