Page 145 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabán y toda la hambre, sed y cansancio

                  que había pasado en servicio de su buen señor, pareciéndole que estaba más que rebién pagado con

                  la merced recebida de la entrega del hallazgo.

                  Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta,

                  conjeturando, por el soneto y carta, por el dinero en oro y por las tan buenas camisas, que debía de

                  ser de algún principal enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de

                  haber conducido a algún desesperado término. Pero, como por aquel lugar inhabitable y escabroso

                  no parecía persona alguna de quien poder informarse, no se curó de más que de pasar adelante, sin
                  llevar otro camino que aquel que Rocinante quería, que era por donde él podía caminar, siempre

                  con imaginación que no podía faltar por aquellas malezas alguna estraña aventura.


                  Yendo, pues, con este pensamiento, vio que, por cima de una montañuela que delante de los ojos se

                  le ofrecía, iba saltando un hombre, de risco en risco y de mata en mata, con estraña ligereza.
                  Figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rabultados, los pies

                  descalzos y las piernas sin cosa alguna; los muslos cubrían unos calzones, al parecer de terciopelo

                  leonado, mas tan hechos pedazos que por muchas partes se le descubrían las carnes. Traía la cabeza

                  descubierta, y, aunque pasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notó el

                  Caballero de la Triste Figura; y, aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado a la

                  debilidad de Rocinante andar por aquellas




                  asperezas, y más siendo él de suyo pisacorto y flemático. Luego imaginó don Quijote que aquél era el
                  dueño del cojín y de la maleta, y propuso en sí de buscalle, aunque supiese andar un año por

                  aquellas montañas hasta hallarle; y así, mandó a Sancho que se apease del asno y atajase por la una

                  parte de la montaña, que él iría por la otra y podría ser que topasen, con esta diligencia, con aquel

                  hombre que con tanta priesa se les había quitado de delante.









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