Page 137 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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tuvo en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio
del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra
parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está
diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó
al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de
favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la
prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores
guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que
sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y
naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote–, que estos pobres no han
cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no
se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean
verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y
sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta
lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.
–¡Donosa majadería! –respondió el comisario– ¡Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de
rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos o él la
tuviera para mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena, su camino adelante, y
enderécese ese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.
–¡Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco! –respondió don Quijote.
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto que, sin que tuviese lugar de ponerse en defensa,
dio con él en el suelo, malherido de una lanzada; y avínole bien, que éste era el de la escopeta. Las
demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo
sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a
don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba; y, sin duda, lo pasara mal si los galeotes, viendo
la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procu[ra]ran, procurando romper la cadena
donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes,
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