Page 140 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y Don Quijote; el jumento, cabizbajo y pensativo,
                  sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las

                  piedras, que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo

                  de otra pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de

                  verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.

                  Capítulo 23: De lo que le aconteció al famoso don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más

                  raras aventuras que en esta verdadera historia se cuentan


                  Viéndose tan malparado don Quijote, dijo a su escudero:

                  –Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar. Si yo

                  hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera escusado esta pesadumbre; pero ya está hecho:

                  paciencia, y escarmentar para desde aquí adelante.

                  –Así escarmentará vuestra merced –respondió Sancho– como yo soy turco; pero, pues dice que si

                  me hubiera creído se hubiera escusado este daño, créame ahora y escusará otro mayor; porque le

                  hago saber que con la Santa Hermandad no hay usar de caballerías, que no se le da a ella por

                  cuantos caballeros andantes hay dos maravedís; y sepa que ya me parece que sus saetas me zumban

                  por los oídos.

                  –Naturalmente eres cobarde, Sancho –dijo don Quijote–, pero, porque no digas que soy contumaz y

                  que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia

                  que tanto temes; mas ha de ser con una condición: que jamás, en vida ni en muerte, has de decir a

                  nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra

                  cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahora para entonces, y desde entonces para ahora, te
                  desmiento, y digo que mientes y mentirás todas las veces que lo pensares o lo dijeres. Y no me

                  repliques más, que en sólo pensar que me aparto y retiro de algún peligro, especialmente déste, que

                  parece que lleva algún es no es de sombra de miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquí

                  solo, no solamente a la Santa Hermandad que dices y temes, sino a los hermanos de los doce tribus


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