Page 133 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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–A no haberle añadido esas puntas y collar –dijo don Quijote–, por solamente el alcahuete limpio,
no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas; porque no es así
comoquiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien
ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor y
examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número deputado y conocido, como
corredores de lonja; y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio
y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a menos,
pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando
es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano y no saben cuál
es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por que convenía hacer elección de
los que en la república habían de tener tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para ello:
algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. Sólo digo ahora que la pena que me ha
causado ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga, por alcahuete, me la ha
quitado el adjunto de ser hechicero; aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan
mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay
yerba ni encanto que le fuerce. Lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos
embusteros bellacos es algunas misturas y venenos con que vuelven locos a los hombres, dando a
entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la
voluntad.
–Así es –dijo el buen viejo–, y, en verdad, señor, que en lo de hechicero que no tuve culpa; en lo de
alcahuete, no lo pude negar. Pero nunca pensé que hacía mal
en ello: que toda mi intención era que todo el mundo se holgase y viviese en paz y quietud, sin
pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero
volver, según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato.
Y aquí tornó a su llanto, como de primero; y túvole Sancho tanta compasión, que sacó un real de a
cuatro del seno y se le dio de limosna.
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