Page 141 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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de Israel, y a los siete Macabeos, y a Cástor y a Pólux, y aun a todos los hermanos y hermandades

                  que hay en el mundo.

                  –Señor –respondió Sancho–, que el retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro

                  sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un

                  día. Y sepa que, aunque zafio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buen gobierno;

                  así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si puede, o si no yo le

                  ayudaré, y sígame, que el caletre me dice que hemos menester ahora más los pies que las manos.

                  Subió don Quijote, sin replicarle más palabra, y, guiando Sancho sobre su asno, se entraron por una

                  parte de Sierra Morena, que allí junto estaba, llevando Sancho intención de atravesarla toda e ir a

                  salir al Viso, o a Almodóvar del Campo, y




                  esconderse algunos días por aquellas asperezas, por no ser hallados si la Hermandad los buscase.

                  Animóle a esto haber visto que de la refriega de los galeotes se había escapado libre la despensa que

                  sobre su asno venía, cosa que la juzgó a milagro, según fue lo que llevaron y buscaron los galeotes.

                  Así como don Quijote entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón, pareciéndole aquellos

                  lugares acomodados para las aventuras que buscaba. Reducíansele a la memoria los maravillosos

                  acaecimientos que en semejantes soledades y asperezas habían sucedido a caballeros andantes. Iba

                  pensando en estas cosas, tan embebecido y trasportado en ellas que de ninguna otra se acordaba. Ni
                  Sancho llevaba otro cuidado –después que le pareció que caminaba por parte segura– sino de

                  satisfacer su estómago con los relieves que del despojo clerical habían quedado; y así, iba tras su

                  amo sentado a la mujeriega sobre su jumento, sacando de un costal y embaulando en su panza; y no

                  se le diera por hallar otra ventura, entretanto que iba de aquella manera, un ardite.

                  En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzón alzar no sé

                  qué bulto que estaba caído en el suelo, por lo cual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester;

                  y cuando llegó fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida a él,





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