Page 131 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al

                  primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por enamorado

                  iba de aquella manera.

                  –¿Por eso no más? –replicó don Quijote–. Pues, si por enamorados echan a galeras, días ha que

                  pudiera yo estar bogando en ellas.


                  –No son los amores como los que vuestra merced piensa –dijo el galeote–; que los míos fueron que
                  quise tanto a una canasta de colar, atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente

                  que, a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue

                  en fragante, no hubo lugar de tormento; concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con

                  ciento, y por añadidura tres precisos de gurapas, y acabóse la obra.

                  –¿Qué son gurapas? –preguntó don Quijote.


                  –Gurapas son galeras –respondió el galeote.

                  El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era natural de Piedrahíta. Lo

                  mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y

                  malencónico; mas respondió por él el primero, y dijo:

                  –Éste, señor, va por canario; digo, por músico y cantor.


                  –Sí, señor –respondió el galeote–, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.

                  –Antes, he yo oído decir –dijo don Quijote– que quien canta sus males espanta.


                  –Acá es al revés –dijo el galeote–, que quien canta una vez llora toda la vida.

                  –No lo entiendo –dijo don Quijote.


                  Mas una de las guardas le dijo:

                  –Señor caballero, cantar en el ansia se dice, entre esta gente non santa, confesar en el tormento. A

                  este pecador le dieron tormento y confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de

                  bestias, y, por haber confesado, le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes que

                  ya lleva en las espaldas. Y va siempre pensativo y triste, porque los demás ladrones que allá quedan

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