Page 124 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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desiertos y encrucijadas de caminos, donde, ya que se venzan y acaben las más eligrosas, no hay
quien las vea ni sepa; y así, se han de quedar en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intención de
vuestra merced y de lo que ellas merecen. Y así, me parece que sería mejor, salvo el mejor parecer de
vuestra merced, que nos fuésemos a servir a algún emperador, o a otro príncipe grande que tenga
alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre el valor de su persona, sus grandes fuerzas y
mayor entendimiento; que, visto esto del señor a quien sirviéremos, por fuerza nos ha de
remunerar, a cada cual según sus méritos, y allí no faltará quien ponga en escrito las hazañas de
vuestra merced, para perpetua memoria. De las mías no digo nada, pues no han de salir de los
límites escuderiles; aunque sé decir que, si se usa en la caballería escribir hazañas de escuderos, que
no pienso que se han de quedar las mías entre renglones.
–No dices mal, Sancho –respondió don Quijote–; mas, antes que se llegue a ese término, es
menester andar por el mundo, como en aprobación, buscando las aventuras, para que, acabando
algunas, se cobre nombre y fama tal que, cuando se fuere a la corte de algún gran monarca, ya sea el
caballero conocido por sus obras; y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de
la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces, diciendo: ''Éste es el Caballero del Sol'', o de
la Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo de la cual hubiere acabado grandes hazañas. ''Éste es –
dirán– el que venció en singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza; el que
desencantó al Gran Mameluco de Persia del largo encantamento en que había estado casi
novecientos años''. Así que, de mano en mano, irán pregonando tus hechos, y luego, al alboroto de
los muchachos y de la demás gente, se parará a las fenestras de su real palacio el rey de aquel reino,
y así como vea al caballero, conociéndole por las armas o por la empresa del escudo, forzosamente
ha de decir: ''¡Ea, sus! ¡Salgan mis
caballeros, cuantos en mi corte están, a recebir a la flor de la caballería, que allí viene!'' A cuyo
mandamiento saldrán todos, y él llegará hasta la mitad de la escalera, y le abrazará
estrechísimamente, y le dará paz besándole en el rostro; y luego le llevará por la mano al aposento
de la señora reina, adonde el caballero la hallará con la infanta, su hija, que ha de ser una de las más
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