Page 120 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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–Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis, ni por pienso, más eso de los batanes –dijo don

                  Quijote–; que voto..., y no digo más, que os batanee el alma.

                  Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le había echado, redondo como una

                  bola.


                  Es, pues, el caso que el yelmo, y el caballo y caballero que don Quijote veía, era esto: que en aquel

                  contorno había dos lugares, el uno tan pequeño que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba
                  junto a [él], sí; y así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de

                  sangrarse y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar; y

                  quiso la suerte que, al tiempo que venía, comenzó a llover, y, porque no se le manchase el sombrero,

                  que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua

                  relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y ésta fue la ocasión que a don Quijote le

                  pareció caballo rucio rodado, y caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veía, con mucha
                  facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos. Y cuando él vio

                  que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le

                  enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba,

                  sin detener la furia de su carrera, le dijo:

                  –¡Defiéndete, cautiva criatura, o entriégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe!


                  El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, vio venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo otro

                  remedio, para poder guardarse del golpe de la lanza, si no fue el dejarse caer del asno abajo; y no

                  hubo tocado al suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel llano,
                  que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don Quijote, y dijo

                  que el pagano había andado discreto y que había imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los

                  cazadores, se taraza y arpa con los dientes aquéllo por lo que él, por distinto natural, sabe que es

                  perseguido. Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomándola en las manos, dijo:

                  –Por Dios, que la bacía es buena y que vale un real de a ocho como un maravedí.






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