Page 123 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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–Dios sabe si quisiera llevarle –replicó Sancho–, o, por lo menos, trocalle con este mío, que no me

                  parece tan bueno. Verdaderamente que son estrechas las leyes de caballería, pues no se estienden a

                  dejar trocar un asno por otro; y querría saber si podría trocar los aparejos siquiera.

                  –En eso no estoy muy cierto –respondió don Quijote–; y, en caso de duda, hasta estar mejor

                  informado, digo que los trueques, si es que tienes dellos necesidad estrema.




                  –Tan estrema es –respondió Sancho– que si fueran para mi misma persona, no los hubiera

                  menester más.

                  Y luego, habilitado con aquella licencia, hizo mutatio caparum y puso su jumento a las mil lindezas,

                  dejándole mejorado en tercio y quinto.


                  Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del acémila despojaron, bebieron del agua del
                  arroyo de los batanes, sin volver la cara a mirallos: tal era el aborrecimiento que les tenían por el

                  miedo en que les habían puesto.


                  Cortada, pues, la cólera, y aun la malenconía, subieron a caballo, y, sin tomar determinado camino,

                  por ser muy de caballeros andantes el no tomar ninguno cierto, se pusieron a caminar por donde la
                  voluntad de Rocinante quiso, que se llevaba tras sí la de su amo, y aun la del asno, que siempre le

                  seguía por dondequiera que guiaba, en buen amor y compañía. Con todo esto, volvieron al camino

                  real y siguieron por él a la ventura, sin otro disignio alguno.


                  Yendo, pues, así caminando, dijo Sancho a su amo:

                  –Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? Que, después que me

                  puso aquel áspero mandamiento del silencio, se me han podrido más de cuatro cosas en el

                  estómago, y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querría que se mal lograse.

                  –Dila –dijo don Quijote–, y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo.


                  –Digo, pues, señor –respondió Sancho–, que, de algunos días a esta parte, he considerado cuán
                  poco se gana y granjea de andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca por estos



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