Page 119 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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–Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas

                  de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: "Donde una

                  puerta se cierra, otra se abre". Dígolo porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que

                  buscábamos, engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par otra, para otra mejor y

                  más cierta aventura; que si yo no acertare a entrar por ella, mía será la culpa, sin que la pueda dar a
                  la poca noticia de batanes ni a la escuridad de la noche. Digo esto porque, si no me engaño, hacia

                  nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el

                  juramento que sabes.

                  –Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace –dijo Sancho–, que no querría que

                  fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar y aporrear el sentido.


                  –¡Válate el diablo por hombre! –replicó don Quijote–. ¿Qué va de yelmo a batanes?

                  –No sé nada –respondió Sancho–; mas, a fe que si yo pudiera hablar tanto como solía, que quizá

                  diera tales razones que vuestra merced viera que se engañaba en lo que dice.


                  –¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? –dijo don Quijote–. Dime, ¿no ves
                  aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la

                  cabeza un yelmo de oro?


                  –Lo que yo veo y columbro –respondió Sancho– no es sino un hombre sobre un asno pardo, como

                  el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.

                  –Pues ése es el yelmo de Mambrino –dijo don Quijote–. Apártate a una parte y déjame con él a

                  solas: verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura y queda por

                  mío el yelmo que tanto he deseado.

                  –Yo me tengo en cuidado el apartarme –replicó Sancho–, mas quiera Dios, torno a decir, que

                  orégano sea, y no batanes.









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