Page 115 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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De nuevo tornó a llorar Sancho, oyendo de nuevo las lastimeras razones de su buen señor, y

                  determinó de no dejarle hasta el último trance y fin de aquel negocio.

                  Destas lágrimas y determinación tan honrada de Sancho Panza saca el autor desta historia que

                  debía de ser bien nacido, y por lo menos cristiano viejo: cuyo sentimiento enterneció algo a su amo,

                  pero no tanto que mostrase flaqueza alguna, antes, disimulando lo mejor que pudo, comenzó a

                  caminar hacia la parte por donde le pareció que el ruido del agua y del golpear venía.




                  Seguíale Sancho a pie, llevando, como tenía de costumbre, del cabestro a su jumento, perpetuo

                  compañero de sus prósperas y adversas fortunas; y habiendo andado una buena pieza por entre

                  aquellos castaños y árboles sombríos, dieron en un pradillo que al pie de unas altas peñas se hacía,
                  de las cuales se precipitaba un grandísimo golpe de agua.


                  Al pie de las peñas estaban unas casas mal hechas, que más parecían ruinas de edificios que casas,

                  de entre las cuales advirtieron que salía el ruido y estruendo de aquel golpear, que aún no cesaba.

                  Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y sosegándole Don Quijote, se fue

                  llegándole poco a poco a las casas; encomendóse de todo corazón a su señora, suplicándole que en

                  aquella temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se encomendaba también a Dios

                  que no le olvidase. No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba cuanto podía el cuello y la vista

                  por entre las piernas de Rocinante, por ver si vería ya lo que tan suspenso y medroso le tenía.

                  Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando al doblar de una punta pareció descubierta y

                  patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrísono y para ellos espantable ruido,

                  que tan suspensos y medrosos toda la noche les había tenido; y eran (si no lo has, ¡oh lector! por

                  pesadumbre y enojo) seis mazos de batán que con sus alternativos golpes aquel estruendo
                  formaban.


                  Cuando Don Quijote vió lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo. Miróle Sancho, y vió que

                  tenía la cabeza inclinada sobre el pecho con muestras de estar corrido.




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