Page 117 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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No haya más, señor mío, replicó Sancho, que yo confieso que he andado algo risueño en demasía;
pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en paz, así Dios le saque de todas las aventuras que
le sucedieren tan sano y salvo como le ha sacado desta: ¿no ha sido cosa de reír, y lo es de contar, el
gran miedo que hemos tenido? A lo menos el que yo tuve, que de vuestra merced ya yo sé que no lo
conoce, ni sabe que es temor ni espanto.
No niego yo, respondió Don Quijote, que lo que nos ha sucedido no sea cosa digna de risa; pero no
es digna de contarse, que no son todas las personas tan discretas que sepan poner en su punto las
cosas.
A lo menos, respondió Sancho, supo vuestra merced poner en su punto el lanzón, apuntándome a la
cabeza y dándome en las espaldas: gracias a Dios y a la diligencia que puse en ladearme; pero vaya
que todo saldrá en la colada, que yo he oído decir: ese te quiere bien, que te hace llorar; y más, que
suelen los principales señores tras una mala palabra que dicen a un criado darle luego las calzas,
aunque no sé lo que suelen dar tras haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes
dan tras palos ínsulas o reinos en tierra firme.
Tal podría correr el dado, dijo Don Quijote, que todo lo que dices viniese a ser verdad, y perdona lo
pasado, pues eres discreto y sabes que los primeros movimientos no son en manos del hombre, y
está advertido de aquí en adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar
demasiado conmigo, que en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he
hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo, y en verdad que lo
tengo a gran falta tuya y mía: tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en
más: sí que Galadin, escudero de Amadís de Gaula, conde, fue de la Insula firme, y se le dél que
siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano, inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more
turquesco. Pues ¿qué diremos de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado, que para
declararnos la excelencia de su maravilloso silencio, sólo una vez se nombra su nombre en toda
aquella tan grande como maravillosa historia? De todo lo que he dicho has de inferir, Sancho, que es
menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado, y de caballero a escudero; así que
desde hoy en adelante nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos cordelejo, porque de
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