Page 114 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
P. 114

narices, y apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro apretándolas entre los dos dedos, y con

                  tono algo gangoso, dijo: Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo. Sí tengo, respondió Sancho:

                  ¿mas en que lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca? En que ahora más que nunca

                  hueles, y no a ámbar, respondió Don Quijote.

                  Bien podrá ser, dijo Sancho; mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshoras

                  y por estos no acostumbrados pasos. Retírate tres o cuatro allá, amigo, dijo Don Quijote,todo esto

                  sin quitarse los dedos de las narices; y desde aquí adelante ten más en cuenta con tu persona, y con

                  lo que debes a la mía, que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este
                  menosprecio. Apostaré, replicó Sancho, que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona

                  alguna cosa que no deba. Peor es meneallo, amigo Sancho, respondió Don Quijote.


                  En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo; mas viendo Sancho que a más

                  andar se venía la mañana, con mucho tiento desligó a Rocinante y se ató los calzones.

                  Como Rocinante se vió libre, aunque él de suyo no era nada brioso, parece que se resintió y comenzó

                  a dar manotadas, porque corbetas, con perdón suyo, no las sabía hacer. Viendo, pues, Don Quijote

                  que ya Rocinante se movía, lo tuvo a buena señal, y creyó que lo era de que acometiese aquella

                  temerosa aventura. Acabó en esto de descubrirse el alba, y de parecer distintamente las cosas, y vio
                  Don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que eran castaños, que hacen la sombra muy

                  oscura, sintió también que el golpear no cesaba, pero no vio quién lo podía causar, y así, sin más

                  detenerse, hizo sentir las espuelas a Rocinante, y tornando a despedirse de Sancho, le mandó que

                  allí le aguardase tres días a lo más largo, como ya otra vez se lo había dicho, y que si al cabo dellos

                  no hubiese vuelto, tuviese por cierto que Dios había sido servido de que en aquella peligrosa

                  aventura se le acabasen sus días.

                  Tornóle a referir el recado y embajada que había de llevar de su parte a su señora Dulcinea, y que en

                  lo que tocaba a la paga de sus servicios no tuviese pena, porque él había dejado hecho su testamento

                  antes de que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por

                  cantidad del tiempo que hubiese servido; pero que si DIos le sacaba de aquel peligro sano y salvo y
                  sin cautela, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula.

                                             Portal Educativo EducaCYL
                                              http://www.educa.jcyl.es
   109   110   111   112   113   114   115   116   117   118   119