Page 113 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso;

                  mas no me maravillo, pues quizá estos golpes, que no cesan, te deben tener turbado el

                  entendimiento. Todo puede ser, respondió Sancho; mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más

                  que decir, que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras. Acabe

                  norabuena donde quisiere, dijo Don Quijote, y veamos si se puede mover Rocinante.

                  Tornóle a mover las piernas, y él tornó a dar saltos y a estarse quedo: tanto estaba de bien atado. En

                  esto parece ser, o que el frío de la mañana que ya venía, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas

                  lenitivas, o que fuese una cosa natural (que es lo que más se debe creer) a él le vino en voluntad y
                  deseo de hacer lo que otro no podía hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en su

                  corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo; pues pensar de no hacer lo que tenía

                  gana, tampoco era posible, y así lo que hizo por bien de paz fue soltar la mano derecha, que tenía

                  asida al arzón trasero, con lo cual bonitamente y sin rumor alguno se soltó la lazada corrediza con

                  que los calzones se sostenían sin ayuda de otra alguna, y en quitándosela dieron luego abajo, y se le

                  quedaron como grillos. Tras esto alzó la camisa lo mejor que pudo, y echó al aire entrambas
                  posaderas, que no eran muy pequeñas. Hecho esto (que él pensó que era lo más que tenía que hacer

                  para salir de aquel terible aprieto y angustia) le sobrevino otra mayor, que fue que le pareció, que no

                  podía mudarse sin hacer estrépito y ruido, y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros,

                  recogiendo en sí el aliento todo cuanto podía; pero con todas estas diligencias fué tan desdichado,

                  que al cabo




                  vino a hacer un poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo. Oyólo Don

                  Quijote, y dijo: ¿Qué rumor es ése, Sancho? No sé, señor, respondió él. Alguna cosa nueva debe ser,
                  que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco.


                  Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle tan bien, que sin más ruido y alboroto que el pasado, se

                  halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado; mas como Don Quijote tenía el sentido

                  del olfato tan vivo como el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido con él, que casi por línea
                  recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo excusar de que algunos no se llegasen a sus

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