Page 107 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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el jumento; y tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre almorzaron, comieron,
merendaron y cenaron a un mismo punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera
que los señores clérigos del difunto (que pocas veces se dejan mal pasar) en la acémila de su
repuesto traían; mas sucedióle otra desgracia, que Sancho tuvo por la peor de todas, y fue que no
tenían vino que beber, ni agua que llegar a la boca y acosados de la sed dijo Sancho, viendo que el
prado donde estaban estaba colmado de verde y menuda yerba, lo que se dirá en el siguiente
capítulo.
Capítulo 20: De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro fue acabada de famoso
caballero en el mundo, como la acabó el valeroso D. Quijote de la Mancha
No es posible, señor mío, sino que estas yerbas dan testimonio de que por aquí cerca debe de estar
alguna fuente o arroyo que humedece, y así será bien que vayamos un poco más adelante, que ya
toparemos donde podamos mitigar esta terrible sed que nos fatiga, que sin duda causa mayor pena
que la hambre. Parecióle bien el consejo a Don Quijote, y tomando de la rienda a Rocinante, y
Sancho del cabestro a su asno después de haber puesto sobre él los relieves que de la cena quedaron,
comenzaron a caminar sobre el prado arriba a tiento, porque la oscuridad de la noche no les dejaba
ver cosa alguna; mas no hubieron andado doscientos pasos, cuando llegó a sus oídos un gran ruido
de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba. Alegróles el ruido en gran
manera, y parándose a escuchar hacia que parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo que les
aguó el contento del agua, especialmente a Sancho que naturalmente era medroso y de poco ánimo:
digo que oyeron que daban unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, que
acompañados del furioso estruendo del agua, pusieron pavor a cualquier otro corazón que no fuera
el de Don Quijote.
Era la noche, como se ha dicho, oscura, y ellos acertaron a estar entre unos árboles altos, cuyas
hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el
sitio, la oscuridad, el ruido de la agua con susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más
cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba, añadiéndose a
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