Page 95 - Santa María de las Flores Negras
P. 95
HTTP://BIBLIOTECA.D2G.COM
convivencia, no estaban teniendo ningún escrúpulo en sacarse la pinga o bajarse
los pantalones para guanear, ya no en la oscuridad de las calles aledañas, sino al
interior de los mismos patios de la escuela. Y como para coronar todo esto, en los
últimos días se venían recibiendo quejas respecto a que algunas parejas de
casados, sin la más mínima consideración por la moral y las buenas costumbres,
no tenían ninguna clase de miramientos en intimar durante las horas de la noche,
en medio de las demás personas que dormían a su alrededor. Todo esto sin
contar que hasta ese momento los magnates salitreros no habían dicho ni chus ni
mus respecto a nuestro petitorio. Por todo eso se esperaba con ansias la llegada
del Intendente, para exigir de una vez por todas, fuera para bien o para mal, una
solución categórica a nuestro conflicto.
De modo que ese día fue de gran agitación en la escuela y en las calles de
Iquique. Por un lado se veía llegar al puerto buques que desembarcaban más
fuerzas militares, y por el otro, no paraban de llegar de la pampa trenes repletos
de operarios en huelga. Como el convoy compuesto de trece carros planos y una
bodega de ganado enganchado a la cola que, lleno de obreros vociferantes, llegó
a la estación a las dos de la tarde, después de un viaje que había durado toda la
noche. En el tren venía todo el contingente de huelguistas de los centros de
trabajo de Negreiros, Huara, Pozo Almonte y Central. En el andén de la estación,
además de la habitual multitud bulliciosa y entusiasta, los nuevos compañeros
fueron recibidos oficialmente por algunos integrantes del Comité Central que les
recomendaron, como siempre, el mayor orden y respeto posible en su estadía en
Iquique. «El orden y el respeto son las bases primordiales para obtener el triunfo
final de nuestras aspiraciones», les expresaron en grave tono los dirigentes.
Hablaron enseguida dos representantes de los recién llegados, haciendo igual
observación y adhiriéndose totalmente al movimiento reinvindicatorio que se
llevaba a cabo. «Movimiento que, por si alguno lo duda —dijeron animosos los
hombres—, está haciendo historia en los anales de la pampa salitrera».
Terminado el acto, todos los huelguistas, formando un bloque de casi doce mil
personas, tomamos rumbo hacia las dependencias de la escuela Santa María. La
cerrada columna avanzaba copando las calles de acera a acera, llamando la
atención una gran bandera blanca que iba presidiendo la marcha, una bandera de
seis metros de largo por cuatro de ancho, confeccionada con retazos de popelina
y crea de hacer sábanas, y que los obreros desplegaban y mostraban felices y
ufanos como el símbolo universal del orden y la paz. La enorme masa de gente
fue recibida en la entrada de la escuela por el propio Comité Central en pleno que,
asomados a los balcones del altillo, ornados de banderas y pendones gremiales,
les dieron la bienvenida. Aquí también, varios de los recién llegados hicieron uso
de la palabra, destacándose entre todos ellos un obrero de Huara, un joven con
cara de ilustrado quien en una aplaudida alocución comparó al hombre pampino
con el indómito cóndor de los Andes. Que todos los animales de la tierra, dijo, se
escondían y replegaban ante la fuerza y la furia de la tempestad; incluso el león,
rey de los animales, se metía en su guarida asustado al ruido pavoroso de los
truenos. «Sólo el cóndor —declamó en tono florido—, el imponente cóndor de los
95