Page 87 - Santa María de las Flores Negras
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Atardecía en Iquique. Y todo el sector circundante a la escuela y al baldío
de la Plaza Montt, presentaba un populoso aspecto de feria de diversiones.
Además de la enorme cantidad de huelguistas allí reunidos, y de la cada vez más
numerosa gama de vendedores ofreciendo su mercadería, había comenzado a
emerger toda una fauna de gente extraña; personajes que iban desde simples
curiosos de manos en los bolsillos, hasta los infaltables suerteros de las ruletas,
pasando por charlatanes vendedores de ungüentos, ladrones de bolsas,
tragafuegos, lisiados de guerra, predicadores locos y mendrugueros recitadores de
jaculatorias.
Y es que como resultado de la toma de la Plaza Prat por parte de la tropa
desembarcada del crucero «Esmeralda» no se habían organizado ni llevado a
cabo grandes mítines, los pampinos pasábamos todo el día conversando sobre
cuestiones de la pampa, o releyendo los diarios del día una y otra vez, hasta el
último avisito comercial. Todos esperábamos impacientes los resultados de los
acuerdos que se tomaran con respecto al conflicto entre las autoridades, los
señores salitreros y los integrantes de nuestro Comité Central. La exaltación y el
alborozo de los primeros días había ido decayendo notablemente hasta trocarse
en una calma tensa y angustiante. La nuestra era una espera que nadie sabía bien
en qué demonios iba a terminar. Pero así y todo —salvo unos pocos ebrios que
circulaban con cara de idiotas entre el gentío, y que nadie entendía en donde
diantres se emborrachaban— nuestra actitud seguía siendo en general calmada y
respetuosa.
La tranquilidad del conflicto sólo era rota por el arribo de algún buque de
guerra trayendo más contingente militar al puerto, o cuando en lo alto de los cerros
aparecía un tren de huelguistas o una entierrada caravana marchando a pie desde
sus oficinas, como la que acababa de entrar ahora mismo a la ciudad, proveniente
de La Palma. Entonces, por las calles atestadas de gente, los miles de huelguistas
ya arranchados en el puerto les hacíamos un corredor humano hasta las puertas
mismas de la Escuela Santa María, aplaudiéndolos y palmoteándolos durante todo
el trayecto, tal y. como se le acababa de hacer a los obreros palminos. Bienvenida
que era coronada por el recibimiento del grueso de la gente que, en las puertas de
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