Page 72 - Santa María de las Flores Negras
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había descubierto huellas como de rouge en la frente. Y por eso mismo, enrabiada
y adolorida hasta sentir un nudo en el alma, no piensa dirigirle la palabra nunca
más en la vida. Ni tan siquiera mirarlo.
A las dos de la tarde, mientras los miles de huelguistas llenábamos las
calles aledañas buscando sombrearnos bajo cualquier cosa, comentando los
últimos sucesos del día o bebiendo grandes vasos de huesillos con mote en los
puestos instalados en la plaza Montt, corrió la voz que otro buque de guerra venía
entrando a la rada. Una gran cantidad de gente se fue entonces al muelle a mirar
el fondeo del «Blanco Encalada», que era el crucero avistado, que procedía de
Arica y que traía a bordo al Regimiento de Infantería Rancagua de la guarnición de
Tacna, tropas que venían a aumentar el ya numeroso contingente de soldados
que se hallaban en Iquique. Las dependencias del muelle de desembarco se
repletaron de huelguistas tanto de la pampa como de los gremios del puerto. La
mayoría de los pampinos, muchos de los cuales habían dejado el almuerzo a
medio comer en la escuela, contemplaban el desembarco de la milicia oscuros y
ceñudos. Otros, sin embargo, sobre todo los obreros más viejos, y entre ellos los
que habían combatido en la Campaña del 79, y que aún se sentían parte de ese
ejército glorioso, los aplaudían y saludaban dando gritos de ¡Viva Chile! Mientras
los soldados, con sus armas de guerra brillando impávidas a los rayos del sol,
hoscos y silenciosos, desembarcaban premunidos de todos sus arreos militares.
Olegario Santana, que ha sido arrastrado al muelle casi a la fuerza por sus
amigos, al ver el desembarque de tanta hueste militar, rezonga que la cosa se
está poniendo cada vez más fea, y que va para peor. «No olviden que se los he
advertido hasta el cansancio», dice con el rostro engurruñado.
Esta vez ninguno de sus amigos le contesta nada. A ellos también se les ha
encapotado el rostro al ver la actitud belicosa de los militares.
El vaticinio de Olegario Santana es ratificado esa misma tarde cuando, en
las páginas del diario La Patria, los huelguistas se enteran de la salida, desde
distintos puntos del litoral, de más buques de guerra trayendo más soldados a
Iquique. Las noticias eran preocupantes. Según decía el mismo diario, había
llamado fuertemente la atención pública el conocimiento de la partida rumbo al
puerto iquiqueño de los cruceros «Esmeralda» y «Zenteno». El primero venía con
tropas de Carabineros y había zarpado desde el puerto de Valparaíso. El segundo
traía soldados de la Artillería de Costa. Se comentaba en la nota que el
«Esmeralda» recalaría en el puerto de Caldera para embarcar tropas del
Regimiento O'Higgins, que cubría la guarnición de Copiapó. Y en las mismas
páginas se oficializaba el rumor que desde el día anterior había corrido
insistentemente entre los ocupantes de la escuela Santa María: el «Zenteno» traía
a bordo al Intendente titular de la provincia de Tarapacá, señor Carlos Eastman.
La noticia decía que al señor Intendente lo acompañaba el general de brigada
Roberto Silva Renard y el Jefe del Estado Mayor de la primera división, coronel
Sinforoso Ledezma. El general, señor Silva Renard, que era acompañado por
varios jefes militares, venía con instrucciones precisas para contratar oficiales de
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