Page 68 - Santa María de las Flores Negras
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                         «... De modo que la provincia de Tarapacá, para que lo vayan sabiendo,
                  jovencitos, fue la indemnización de guerra impuesta por Chile al Perú para
                  compensar en parte la sangre derramada en once combates y en otros numerosos
                  encuentros llenos de heroísmo. Y fue a  la vez prenda de seguridad para el
                  porvenir y pago de los cuantiosos gastos  que tan larga campaña produjo. Pero
                  sucedió que un monopolio de gringos rapiñosos se adueñó de las oficinas
                  salitreras de mayor riqueza, y las ganancias ahora se van en su totalidad al
                  extranjero. El Gobierno chileno sólo recibe el derecho de exportación, que es una
                  porquería si lo comparamos con las utilidades que deja el salitre. Y los
                  trabajadores, para qué les digo  nada, apenas recibimos el escuálido jornal de
                  hambre por el que estamos aquí luchando...»
                         Acurrucado en posición fetal, con la cara cubierta y una mortal resaca
                  atontándole la cabeza, Idilio Montano no sabe si las palabras que oye resuenan en
                  el ámbito de la sala o le llegan directamente desde el cosmos. Sintiendo que el
                  aguardiente le está haciendo pagar cara su bisoñada, despotrica mentalmente
                  contra sus amigos y jura por todos los santos venerados por su abuela que nunca
                  más en la vida volverá a licorearse. Y por entre los añublos de la borrachera, sin
                  destaparse la cara todavía, sigue oyendo a retazos la voz de un anciano seseante
                  que ahora está contando algo sobre un tal Rey del Salitre.

                         «... Ese rastacueros inglés es el mejor ejemplo de lo que les digo. Se
                  llamaba John Thomas North y se hacía llamar el «Rey del Salitre». Ese plebeyo
                  soberbio fue el que instigó y facilitó armas y libras esterlinas para conseguir la
                  caída de Balmaceda, el último presidente honrado de Chile, quien, previendo los
                  atropellos de los industriales extranjeros, tenía proyectado nacionalizar el salitre. Y
                  pensar, mis queridos jóvenes, que cuando ese aventurero llegó a Valparaíso traía
                  apenas veinte mugrosas libras en el bolsillo. Primero trabajó de mecánico en el
                  ferrocarril de Caldera por cuatro pesos  diarios, y luego se vino a la pampa en
                  donde fue contratado como Jefe de Máquinas en la oficina Santa Rita. Aquí
                  conoció a otro súbdito inglés llamado  Roberto Harvey, alto funcionario del
                  Gobierno chileno, individuo sin escrúpulos que, abusando de la autoridad de que
                  lo revestía el alto puesto que le había confiado el Gobierno, se asoció a Thomas
                  North para trabajar en la oficina La  Peruana. Amparados  por el Banco de




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