Page 60 - Santa María de las Flores Negras
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                  desparramaban encendidas palabras de justicia y redención social para los
                  pisoteados obreros del salitre. Todos  los discursos hablaban estrictamente de
                  derechos y deberes laborales. Tanto así que cuando uno de los arengadores quiso
                  sacar a relucir algunas martingalas políticas en su alocución, de inmediato fue
                  repudiado por una elocuente rechifla  general. Copando completamente el
                  rectángulo de la plaza, tomados todos de  la mano bajo el sol, la multitud de
                  pampinos cantamos y saltamos y gritamos como nunca en la vida lo habíamos
                  hecho.
                         En medio del hervidero de gente bañada en transpiración, José Pintor dice
                  entusiasmado que esa es la mejor fiesta que ha visto en mucho tiempo.
                         —¡Esto es mejor que cualquier cuadro artístico de cualquier Filarmónica de
                  la pampa! —exclama tragando saliva Domingo Domínguez.

                         —¡De lo que se trata es hacer de esta huelga una verdadera celebración de
                  unidad pampina! —dice Gregoria Becerra conmovida, mientras se abanica con su
                  pañuelito minúsculo y, contagiada de la efervescencia general, ríe y canta plena
                  de regocijo.
                         Olegario Santana, mirándola de reojo, dice, con su parquedad casi brutal,
                  que lo que no hay que hacer ahora es ilusionarse demasiado con el resultado del
                  conflicto; que los gringos son unos cicateros del diantre y no van a dar su brazo a
                  torcer así como así.

                         —¡Lo que sí hay que hacer, compadrito —dice casi gritando de contento
                  Domingo Domínguez—, es comprar algunas camisas nuevas y un rosario para el
                  compadre José Pintor, porque así como  van las cosas esto tiene para unos
                  cuantos días más!
                         —¡Lo que hay que hacer, y al tiro —contraataca serio el carretero,
                  aprovechando que Gregoria Becerra se ha apartado un poco en el tumulto—, es
                  aprovisionarse de un par de botellas de aguardiente ahora mismo. Ningún minero
                  con las alforjas bien puestas aguanta una semana sin remojar las cañerías, pues
                  hombre, salvo, claro, que tenga complejos de cura o se trate derechamente de un
                  maricón de esos de carro alegórico!

























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