Page 47 - Santa María de las Flores Negras
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Al partir Idilio Montano los demás amigos deciden no volver al Club Hípico
donde se ha concentrado la gente para salir en columna a embarcarse hacia la
pampa. Sentados ellos también en la vereda, se quedan acompañando a las
mujeres que no paran de rezar para que aparezca Juan de Dios. Liria María, que
ya no sabe si pensar en su hermano o en la posibilidad terrible de no volver a ver
nunca más a Idilio Montano, se tapa la cara con las dos manos y comienza a llorar
de nuevo.
Tras un rato de barajar posibilidades y dar ánimos a las mujeres, Domingo
Domínguez aparta un poco a sus amigos y les dice, en voz baja, que reciencito
nomás se ha dateado sobre un boliche que está vendiendo licor por la puerta
chica, aquí a la vuelta de la esquina. Que él está dispuesto a empeñar su anillo de
oro si es necesario. «Estoy que muerdo por un trago», dice, pasándose la lengua
por su bigotito blanco.
Olegario Santana, pensando en la preocupación de las mujeres, opina que
lo mejor es dejarlo para otra ocasión.
—O para más tarde —interviene José Pintor.
El barretero conviene a regañadientes.
—Tendré que conformarme con tragar salivita —dice, haciéndose el
atormentado.
Cuando las campanadas del reloj de la torre de la plaza Prat están dando
las cinco de la tarde, los amigos ven pasar la columna de obreros que, desde el
hipódromo, se dirigen a la estación de trenes a embarcarse de vuelta hacia la
pampa. Con las banderas al viento, pero sin los carteles de reclamaciones, los
pampinos marchan flanqueados por soldados de infantería y caballería que
mantienen a raya a los cientos de operarios en huelga de los gremios iquiqueños
que, desde las aceras, los siguen gritándoles que no se vayan, compañeros, no
regresen a las calicheras, sigan adelante con la huelga, que los trabajadores de
Iquique estamos con ustedes, hermanos!
Lo que llama la atención de los amigos es que al frente de los huelguistas
va una gran banda de regimiento marcándoles el paso al son de patrióticos
himnos marciales.
—Estos babosos quieren hacer creer que nos vamos de Iquique como
vencedores —dice con bronca Olegario Santana.
A lo lejos, como apurando el tranco de los obreros, se oyen resonar los
pitazos urgentes de una locomotora.
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