Page 15 - Santa María de las Flores Negras
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                  que también ha pasado las suyas con un sereno de Agua Santa —un día tuvo la
                  mala ocurrencia de reclamar por  una carretada de caliche que le había sido
                  rechazada por baja ley y que luego fue beneficiada sin pagársela—, se acerca a
                  Idilio Montano y le dice que se vaya con cuidado con lo que pide su cartelito, que
                  quién le asegura a él que con serenos nacionales el tiro no les podría salir por la
                  culata.

                         —No hay peor verdugo para un pililo que  otro pililo uniformado —le dice
                  sentencioso.
                         —Algo así como «cría jotes para que se yanten tu carroña» —tercia,
                  guasón, Domingo Domínguez. Y apuntando  hacia una bandada de jotes que
                  planean impasibles en las alturas, dice que segurito que entre ellos deben estar
                  los pajaritos de Olegario Santana.

                         José Pintor, que hace rato viene conversando y renegando de Dios y de los
                  religiosos con un asoleado de la oficina  Santa Clara, se acerca justo en el
                  momento del comentario de Domingo Domínguez.

                         —Nunca he sabido bien si los jotes se parecen a los curas, o los curas a los
                  jotes —dice en tono hosco, sacándose el palito de la boca y escupiendo espumilla.

                         Idilio Montano, que todo lo compara con volantines y cometas, dice
                  amistosamente que los jotes de don Olegario vienen a ser algo así como sus
                  volantines sin hilo.

                         —¿No le parece, don?
                         El calichero, haciéndose visera con las manos, se pone a mirar la derechera
                  infinita de la línea férrea y no dice nada. Lo que hace en cambio es sacar uno de
                  sus Yolandas arrugados, estirarlo un poco y encenderlo displicentemente. Todavía
                  quedan unas cuantas horas de caminata y  por el momento él ya ha hablado
                  demasiado.































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