Page 10 - Santa María de las Flores Negras
P. 10
HTTP://BIBLIOTECA.D2G.COM
2
Por la noche de ese miércoles memorable, con una botella de aguardiente
bajo el brazo, ya un tanto pasado de copas y el ánimo caldeado por la jornada de
protesta, el barretero Domingo Domínguez se aparece por la casa de su amigo
Olegario Santana. Que viene a prevenirlo, le dice gravemente, mientras llena dos
vasos de vidrio grasiento, los únicos que hay en la casa. La Administración ha
echado a correr el rumor de que el pleito laboral se ha resuelto y, por lo tanto, todo
el mundo debía de salir normalmente a sus labores mañana por la mañana. Que
no hay que hacer caso a los embustes de ese gringo piturriento, le dice el
barretero, pronunciando las eses con un gracioso sonido sibilante producto de su
prótesis dental aún no ajustada del todo y que tiene que adherir a cada rato al
cielo de la boca presionando con los pulgares. Y porque ya se espera que la
respuesta de mister Turner será negativa, como cada vez que se le ha pedido
aumento de salario, un grupo de operarios de los más cercanos a los hermanos
Ruiz, se había acabildado en una casa del Campamento de Arriba, en donde, por
unanimidad, se acordó partir mañana temprano a recorrer las oficinas salitreras
aledañas. Que hay que convencer a todos los obreros para que se unan a la
huelga, carajo; que incluso se están pintando carteles con los pedidos y las
reclamaciones más importantes, y todo el mundo está dispuesto a armar la gorda
en la pampa marchando con banderas, bombos, tambores y platillos.
—¡La mecha está prendiendo que es un gusto, compadre Olegario! —se
soba las manos de contento el barretero.
Y le cuenta, además, que para el domingo próximo se está programando un
gran mitin en el pueblo de Zapiga, para hacerle llegar al Presidente de la
República un memorial en donde se le expone en detalle la crítica situación que
afecta a los obreros del salitre. «La pampa por fin se levanta, amigo mío». Y se
pone de pie él mismo, y con gran pompa invita a Olegario Santana a brindar por el
éxito de la huelga y por el advenimiento de días más justos.
—¡Ah, si sólo estuviera aquí don Luis Emilio Recabarren! —farfulla
completamente exaltado Domingo Domínguez, relamiendo sus finos bigotitos de
nieve tras la gorgorotada de aguardiente.
10