Page 11 - Santa María de las Flores Negras
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Luego, mientras Olegario Santana, mesando sus cabellos quiscosos, se
queda absorto contemplando su cajetilla de cigarrillos, Domingo Domínguez le
enjareta un discurso de media hora sobre la biografía del gran caudillo de los
obreros chilenos, incluyendo, persecuciones, encarcelamientos, escarnios y
atentados a su vida. La perorata es tan enrevesada y su amigo ya tiene la lengua
tan cocida por el aguardiente —sin mencionar el escollo de su prótesis dental—,
que lo único que Olegario Santana saca en limpio son dos cosas: uno, que don
Luis Emilio Recabarren se halla asilado en la vecina República Argentina, para
evitar la sentencia de 541 días de cárcel, dictada por los Tribunales de Justicia en
el proceso contra la Mancomunal Obrera de Tocopilla, que él dignamente presidía;
y dos, que este gobierno, compuesto de cabrones y bellacos langucientos, está
vendido sin remedio al capitalismo europeo.
Delgado y pálido como pantruca, bigotillos canosos, el sombrero Panamá
echado hacia atrás y el ánimo siempre canoro, Domingo Domínguez, con sus
cincuenta y dos años de edad, es uno de los personajes más populares de San
Lorenzo. Por una sola vez que había subido a cantar —como simple relleno— una
marinera en una de las veladas culturales de la Filarmónica, el barretero gusta de
presentarse a sí mismo como un artista del bel canto. Acariciando el anillo de oro
que lleva en el dedo del corazón, mientras se curva en una grácil reverencia de
minué, dice en tono engolado: «Domingo Domínguez, chansonier de San
Lorenzo». Aparte de ser socio activo del Cuadro Artístico de la Filarmónica,
Domingo Domínguez es Segundo Director de la Sociedad de Veteranos del 79 de
la Oficina San Lorenzo, Portaestandarte de la Cofradía de la Virgen del Carmen,
Presidente de la Comisión Ornato y Aseo de las Fiestas Patrias y mascota oficial
del equipo de foot-ball de los barreteros. Esto último, merced a su reconocida
buena suerte que ya iba adquiriendo visos de leyenda entre los obreros de las
calicheras: ya eran cuatro los tiros echados que le habían estallado en los piques,
y de los cuatro había salido ileso. «Usted nació en jueves santo, amigo Domingo»,
le dice a veces Olegario Santana, en una de las pocas chanzas que se le
conocen.
Además de soltero empedernido, Domingo Domínguez es un reconocido
bebedor de cantina. Pero de esos que en ningún momento pierden la flema y la
sonrisa. «Yo soy bebedor; no borracho», dice con una dignidad teatral, mientras
se manda al gaznate una tras otra las copas de aguardiente. Enrolado a última
hora en la Guerra del Pacífico, sus amigos lo joden con que su única misión, en la
única escaramuza en que participó, consistió en prepararles la «chupilca del
diablo» a los soldados de su trinchera antes de salir a cargar con bayoneta calada
contra el enemigo. Y es que el soldado raso Chumingo Chumínguez, como le
decían en el batallón, era el único de la tropa que sabía mezclar la porción exacta
de pólvora y aguardiente con que se arreglaba el mítico brebaje.
Al acabarse la botella del barretero, Olegario Santana abre una de las
suyas para seguir la conversa. O más bien para seguir oyendo el monólogo
seseante de su histriónico amigo de calichera. En el desorden desvalido de la
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