Page 126 - Santa María de las Flores Negras
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Era la una y cuarenta y cinco minutos de la tarde cuando el pleno de las
fuerzas militares disponibles —de tierra y de mar— comenzó a formar filas en la
plaza Prat. El Comandante en Jefe, general de Brigada, Roberto Silva Renard,
llevaba en un bolsillo de su guerrera el decreto firmado por el Intendente en el que,
«en bien del orden y la salubridad pública», se acordaba y se mandaba trasladar
al local del Club de Sports a los huelguistas concentrados en la escuela Santa
María y en la plaza aledaña.
Paseándose ante la formación militar —la mirada firme, la actitud
napoleónica— el Jefe Militar de la Plaza expuso el plan de ataque. Luego,
endureciendo aún más el acero azul de su mirada, bajo el inclemente sol de la
siesta nortina, arengó enérgicamente a los soldados. Entre otras cosas, les dijo
que los que estaban atrincherados en la escuela Santa María y en el sitio de la
plaza Montt, no eran chilenos, sino una turba de subversivos y facinerosos, unos
antipatriotas indignos y hostiles a la sociedad y al orden establecido. Que a ellos,
como soldados de una patria libre y soberana, no les debía temblar la mano ni
flaquearles el espíritu para disparar sus armas contra ese tropel de rotos apátridas
que seguramente estaban pagados por el oro peruano. «Ellos son el enemigo de
esta batalla», terminó rugiendo el general. En seguida, montó su cabalgadura
blanca y, erguido, sólido como una estatua de bronce, sin rezumar una sola gota
de transpiración, frente a un contingente de mil quinientos hombres que sudaban
como bestias enfundados en sus uniformes de guerra, se puso en movimiento
hacia el campo de operaciones. Soldados de los regimientos O'Higgins, Rancagua
y Carampangue, junto a las tropas de la Artillería de Costa, más toda la marinería
de los cruceros, formaban la infantería de su ejército en movimiento. Las
ametralladoras del crucero «Esmeralda», flamantes y aún sin estrenar, constituían
la artillería pesada. La caballería la conformaban las temibles tropas del
Regimiento Granaderos y la dotación completa de policías del puerto que en su
polvoroso trayecto por las calles de la población, armados de lanzas, fue
obligando a todos los pampinos que traficaban por ellas, y a cualquier persona que
se les cruzara en el camino, a marchar hacia el lugar de concentración.
En la escuela Santa María, en tanto, achicharrándonos al sol, los miles de
obreros que esperábamos la llegada de los militares lo hacíamos con una mezcla
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