Page 122 - Santa María de las Flores Negras
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en su exigencia de que los obreros debíamos abandonar la ciudad y volver a la
pampa al instante, pues nuestra presencia entorpecía las negociaciones y
constituía una imposición perjudicial para el empleador. El gringo John Lockett
expresó, muy suelto de cuerpo, que hacer cualquier tipo de concesión en aquellos
momentos sería tomado por los huelguistas como un signo de debilidad, y sin
duda conduciría a promover después más extravagantes demandas, con
probablemente aún más desastrosos resultados. Cuando el Intendente propuso un
tribunal arbitral, los magnates dijeron que aceptaban cualquier acuerdo, pero
siempre manteniendo inflexible su exigencia de que nosotros debíamos volver
antes al trabajo. Y agregando, además —los muy miserables—, que bajo ninguna
circunstancia se aceptaba tampoco la demanda de que los salarios fueran
pagados al cambio de 18 peniques.
La primera autoridad provincial extendió, entonces, una convocatoria a
nuestros dirigentes para asistir a una reunión en la Intendencia, con el fin de
discutir la propuesta de los patrones. Pero el Comité Central la declinó. Bajo el
imperio de la ley marcial, los dirigentes sospecharon y temieron ser víctimas de
una trampa para detenerlos, con el evidente propósito de descabezar el
movimiento. En esos momentos ya era sabido de todos la detención de dirigentes
de varias oficinas, quienes, apresados por los militares, fueron subidos en calidad
de reos a bordo del buque «Zenteno». Toda esta represión —lo supimos
después— se empezó a llevar a efecto siguiendo instrucciones precisas del
Ministerio del Interior. El señor ministro, don Rafael Sotomayor, había mandado un
cablegrama con carácter de «estrictamente reservado», en el cual expresaba al
Intendente de la provincia que «Sería muy conveniente aprehender cabecillas
trasladándolos a buques de guerra». De modo que mediante una carta, los
dirigentes expresaron su muy fundado temor y comunicaron al señor Intendente
que, de ahí en adelante, todas las conversaciones se llevarían a efecto mediante
comisiones o notas escritas. La carta decía lo siguiente:
«Iquique, diciembre 21 de 1907.
«En este momento este directorio central ha recibido verbalmente un
llamado de V.S. al local de esa Intendencia.
El Comité ha creído que no podemos complacer a V.S. en este sentido
porque la orden dada por V.S. el día de hoy desampara por completo nuestros
derechos y, aún más, al no poder ir allá en la forma pensada es susceptible de
desórdenes que pueden amargar la situación.
En esta caso creemos práctico que V.S. se sirva nombrar una comisión
para entendernos en lo que V.S. desee, pues lo ocurrido en Buenaventura nos
confirma que las garantías para el obrero se concluyen, y sería por demás
doloroso que las fuerzas de línea tuvieran que luchar con el pueblo indefenso,
como generalmente se hace y como nos da claro a comprender el bando
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