Page 87 - Fahrenheit 451
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-¡Ann! -Se echó a reír-.  ¡Sí,  el Payaso Blanco ac­
 túa esta noche!   que, si alargaba la mano,  sacaría del bolsillo del viejo �n
         libro de poesías. Pero no lo hizo. Sus mªI!ºs permanecie­
 Montag se  encaminó a la cocina y dejó el  libro boca   .  .  ,
 abajo.   ron sobre sus rodillas, entumecidas e mutiles.
 «Montag -se  dijo-,  eres verdaderamente  estúpido.   -No hablo de cosas, señor -dijo Faber-. Hablo del
 ¿  Adónde  vamos desde aquí?  ¿ Devolveremos los libros,   significado  de  las  cosas.  Me siento aquí y sé que estoy
 los olvidamos?»   vivo.                              , l  o,
           En realidad  eso fue todo.  Una  hora  de mono og
 Abrió el libro, no obstante la risa de Mildred.   un poema, un  �omentario;  y,  luego, sin ni siquiera alu­
 «¡Pobre Millie!  -pensó-.  ¡Pobre  Montag!  También
         dir al  hecho  de  que Montag  era bombero,  Fabe ,  con
                                                      �
 para ti carece de sentido. Pero, ¿dónde puedes conseguir   cierto temblor, escribió su dirección  en un pedacito  de
 ayuda, dónde encontrar a un maestro a estas alturas?»
 Aguardó. Montag cerró los ojos. Sí, desde luego. Vol­  papel.   d  'd  a
 vió a encontrarse pensando en el  verde  parque  un  año   -Para su archivo -dijo-,  en el caso de que   eci
 atrás.  Últimamente, aquel  pensamiento  había  acudido   enojarse conmigo.   .
 muchas veces a su mente, pero, en  aquel mpmento, re­  -No estoy enojado -dijo Montag, s rprend1do.
                                             �
 cordó con claridad aquel día  en el  parque  de  la ciudad,   Mildred rió estridentemente en el vesubulo.
 cuando vio a aquel viejo vestido de negro que ocultaba   Montag fue al armario de su dormitorio y buscó en su
 algo, con rapidez, bajo su chaqueta.   pequeño archivo en  la  carpeta titulada:  FUTURAS IN­ ,
        VESTIGACIONES (?).  El  nombre de Faber estaba all1.
 El viejo se levantó de un salto, como si se dispusiese a
 echar a correr. Y Montag dijo:   Montag no lo había entregado, ni borrado.   .   el
 -¡Espere!   Marcó el número  de un  teléfono secundario.  En
                                            ·  ·,  ¡  nom  re
                                   l
 -¡No he hecho nada! -gritó el viejo, tembloroso.   otro extremo de  la línea,  el a tavoz rep1t10  e   b  de
        Faber una docena de veces, antes de que el profesor con-
 -Nadie ha dicho lo contrario.              ·f·  ,     orres-
                                                  f
 Sin decir una palabra, permanecieron sentados un mo­  testara con voz débil. Montag se  I  ·¿  entJ ico y  ue c
 mento bajo la suave  luz verdosa; y, luego, Montag habló   pondido con un prolongado silencio.
 del  tiempo, respondiendo el viejo con voz descolorida.   -Dígame, Mr. Montag.
           -Profesor  Faber, quiero  hacerle una pregunta bas-
 Fue un extraño encuentro. El viejo admitió ser un profe­  tante extraña. ¿  Cuántos ejemplares de la Biblia quedan en
 sor de  Literatura retirado que,  cuarenta años  atrás,  se
 quedó sin trabajo cuando la última universidad de Artes   este país?
                                     !
 Liberales cerró por falta de estudiantes.  Se llamaba Faber   -¡No sé de qué me está hab an � o!
           -Quiero saber si queda algun e¡ emplar.
                                                           .
 y cuando, por fin, dejó de temer a Montag habló con voz   -¡Esto es una trampa!  ¡No puedo hablar con  el pri-
 llena de cadencia, contemplando el cielo, los árboles y  el
 exuberante  parque;  y al cabo  de  una  hora,  dijo  algo a   mero que me llama por teléfono!   ,  1
           -·Cuántos e¡· emplares de Shakespeare y de Piaron.
 Montag,  y éste se  dio cuenta de  que  era un  poema sin   é   .   '
 rima.  Después, el viejo aún se mostró más audaz y dijo   -¡Ninguno! Lo sabe tan bien como yo.¡  N'  mguno.
 algo, y también se trataba de un poema. Faber apoyó una   Faber colgó.   d  d  e
           Montag dejó  el aparato.  Ninguno. Ya lo sabía,  es
                                                          .
 mano sobre el  bolsillo izquierdo de  su chaqueta y  pro­  luego,  por las  listas  del  cuartel de bomberos.  Pero,  srn
 nunció las palabras con suavidad, y Montag comprendió   .   _
        embargo, había querido oírlo de labios del prop10 Faber.
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