Page 92 - Fahrenheit 451
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las escaleras mecánicas, porque deseaba sentir cómo se           var la curiosidad de Montag,  se volviese rápidamente, ce-
             movían sus pies,  cómo  se balanceaban sus brazos, cómo          1-rara la puerta del dormitorio y sujetase el pomo con mano
             se hinchaban y contraían sus pulmones, cómo se resecaba          temblorosa. Su mirada volvió a fijarse,  insegura,  en Mon­
             su garganta con el aire. Una voz fue apagándose detrás de        tag, quien se había sentado y tenía el libro en su regazo.
             él: «Denham, Denham». El tren silbó como una serpiente             -El libro ... ¿Dónde lo ha ... ?
             y desapareció en su agujero.                                       -Lo he robado.
                                                                                Por primera vez, Faber enarcó las cejas y miró direc­
                                                                              tamente al rostro de Montag.
               -¿Quién es?                                                      -Es usted valiente.
               -Montag.                                                         -No -dijo  Montag-.  Mi esposa e�tá muriéndose.
               -¿Qué desea?                                                   Una amiga mía ha muerto ya.  Alguien que hubiese po­
               -Déjeme pasar.                                                 dido ser un amigo,  fue  quemado  hace menos de  veinti­
               -¡No he hecho nada!                                            cuatro horas.  Usted es el único que me  consta  podría
               -¡Estoy solo, maldita sea!                                     ayudarme. A ver. A ver.  ..
                -¿Lo jura?                                                      Las manos de Faber se movieron inquietas sobre sus
               -¡Lo juro!                                                     rodillas.
               La puerta se abrió lentamente. Faber atisbó y parecía            -¿Me permite?
             muy viejo, muy frágil y muy asustado.  El anciano t�nía            -Disculpe.
             aspecto de no haber salido de la casa en varios años. El y         Montag le entregó el libro.
             las paredes blancas de yeso del interior eran muy seme­          '"  -Hace muchísimo tiempo. No soy una persona reli­
             jantes.  Había blancura en la pulpa  de sus labios,  en sus     giosa. Pero hace muchísimo tiempo. -Faber fue pasando
             mejillas, y su cabello era blanco,  mientras sus ojos se ha­    las páginas,  deteniéndose aquí  y allí para  leer-.  Es tan
             bían  descubierto, adquiriendo un  vago  color  azul blan­       bueno  como creo  recordar.  Dios  mío,  de qué modo lo
             cuzco. Luego, su mirada se fijó en el libro que Montag          han cambiado en nuestros «salones». Cristo es ahora uno
             llevaba bajo el brazo, y ya no pareció tan viejo ni tan frá­    de la «familia». A menudo, me pregunto si Dios recono­
             gil. Lentamente, su miedo desapareció.                          cerá  a  Su  propio Hijo  tal  como  lo  hemos disfrazado.
               -Lo siento. Uno ha de tener cuidado.                          Ahora, es un caramelo de menta, codo azúcar y esencia,
               Miró el libro que Montag llevaba bajo el brazo y no           cuando  no hace referencias  veladas a  ciertos  productos
             pudo callar.                                                    comerciales que todo fiel necesita imprescindiblemente.
               -De modo que es cierto.                                       -Faber olisqueó el libro-. ¿ Sabía que los libros huelen
               Montag entró. La puerta se cerró.                             a  nuez  moscada  o a  alguna  otra especie procedente de
               -Siéntese.                                                    una  tierra  lejana?  De  niño,  me  encantaba olerlos.  ¡Dios
               Faber retrocedió, como temiendo que el libro pudiera          mío! En aquella época, había una serie de libros encanta­
             desvanecerse si apartaba de él su mirada. A su espalda,  la     dores,  antes  de que los dejáramos desaparecer. -Faber
             puerta que comunicaba con un dormitorio estaba abierta,         iba pasando las página_s-. Mr. Montag, está usted viendo
             y en esa habitación  había esparcidos diversos fragmentos       a un cobarde. Hace muchísimo tiempo, vi cómo iban las
             de maquinaria, así como herramientas de acero.  Montag          cosas. No dije nada.  Soy uno de  los inocentes  que  hu­
             sólo pudo lanzar una ojeada antes de que Faber, al obser-       biese  podido  levantar  la  voz cuando nadie estaba dis-

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