Page 85 - Fahrenheit 451
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-El tema favorito, yo.  -Y, además, si el capitán Beatty se enterase de lo de
 Miró de reojo a la pared.   esos libros ... -Mildred recapacitó. Su rostro mostró sor­
 -El tema favorito, yo.  presa y,  después,  horror-.  ¡Podría venir y  quemar  la
 -Eso sí que lo entiendo -dijo Mildred.  casa y la  «familia»!  ¡Esto  es  horrible!  Piensa  en  nuestra
 -Pero el tema favorito de Clarisse no era ella. Era  inversión. ¿Por qué he de leer yo? ¿Para qué?
 cualquier otro, y yo. Fue la primera persona que he lle­  -¡Para qué!  ¡Por qué! -exclamó Momag-. La otra
 gado a apreciar en muchos años. Fue la primera persona   noche,  vi la  serpiente  más  terrible del  mundo.  Estaba
 9 ue recuerde que me mirase cara a cara, como si yo fuese   muerta y, al mismo tiempo, viva. Fue en  el Hospital de
 importante. -Montag cogió los dos libros-. Esos hom­  Urgencia donde llenaron un informe sobre todo lo que la
 bres llevan muertos mucho tiempo, pero yo sé que sus   serpiente sacó de ti. ¿ Quieres ir y comprobar su archivo?
 palabras señalan, de una u otra manera, a Clarisse.   Quizás encontrases algo bajo Guy Montag o tal vez bajo
 Por el exterior de la puerta de la calle, en la lluvia, se   Miedo o Guerra. ¿Te gustaría ir a esta casa que quema­
 oyó un leve arañar.   mos anoche?  ¡ Y remover las cenizas buscando los huesos
 Montag se inmovilizó.  Vio  que Mildred  se echaba   de la mujer que prendió fuego a su propia casa!  ¿Qué me
 hacia atrás, contra la pared, y lanzaba una exclamación   dices de Clarisse McClellan? ¿Dónde hemos de buscarla?
 ahogada.   ¡En el depósito! ¡Escucha!
 -Está cerrada.  Los bombarderos atravesaron el cielo,  sobre la casa,
 -Hay alguien ...  La puerta ...  ¿Por qué la voz no nos  silbando,  murmurando,  como  un ventilador inmenso e
 dice ... ?   invisible que girara en el vacío.
 Por debajo de la puerta,  un olfateo lento,  una excla­  -¡Válgame  Dios!  -dijo  Montag-. Siempre  tantos
 mación de corriente eléctrica.   chismes  de  ésos  en el cielo.  ¿ Cómo diantres están esos
 Mildred se echó a reír.   bombarderos ahí arriba cada segundo de nuestras vidas?
 -¡No es más que un perro!  ¿Quieres  que lo ahu­  ¿ Por qué nadie quiere hablar acerca de ello? Desde 1960,
 yente?   iniciamos y ganamos dos guerras atómicas. ¿ Nos diverti­
 -¡Quédate donde estás!   mos tanto en casa que nos hemos olvidado del mundo?
 Silencio. La fría lluvia caía. Y el olor a electricidad   ¿Acaso somos tan ricos y  el resto del mundo tan pobre
 azul soplando por debajo de la puerta cerrada.   que no nos preocupamos de ellos?  He oído rumores. El
 - � igamos trabajando -dijo  ontag con voz queda.  mundo padece hambre, pero nosotros estamos bien ali­
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 M1ldred pego una patada a un libro.  mentados.  ¿Es  cierto  que el mundo trabaja duramente
 -Los libros no son gente. Tú lees y yo estoy sin ha­  mientras nosotros jugamos?  ¿ Es por eso que se nos odia
 cer nada, pero no hay nadie.   tanto? También he oído rumores sobre el odio, hace mu­
 Mont g contempló la sala  de estar,  totalmente apa­  chísimo tiempo. ¿Sabes tú por qué? ¡Yo no, desde luego!
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 gada y gn co o las aguas de un océano que podían estar   Quizá los libros  puedan sacarnos a medias del agujero.
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 llenas de vida si se conectaba el sol electrónico.   Tal vez pudieran impedirnos que cometiéramos los mis­
 -En  cambio  -dijo  Mildred-,  mi  «familia»  sí  es  mos funestos errores. No oigo· a esos estúpidos en tu sala
 gente.  Me cuentan cosas. ¡Me río y ellos se ríen!  ¡ Y los   de estar hablando de ello. Dios, Millie, ¿no te das cuenta?
 colores!   Una hora al día, dos horas con estos libros, y tal vez ...
 -Sí, lo sé.  Sonó el teléfono. Mildred descolgó el aparato.
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