Page 86 - Fahrenheit 451
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-¡Ann! -Se echó a reír-.  ¡Sí,  el Payaso Blanco ac­
            túa esta noche!                                                   que, si alargaba la mano,  sacaría del bolsillo del viejo �n
                                                                              libro de poesías. Pero no lo hizo. Sus mªI!ºs permanecie­
               Montag se  encaminó a la cocina y dejó el  libro boca                                     .     .  ,
            abajo.                                                           ron sobre sus rodillas, entumecidas e mutiles.
               «Montag -se  dijo-,  eres verdaderamente  estúpido.              -No hablo de cosas, señor -dijo Faber-. Hablo del
            ¿  Adónde  vamos desde aquí?  ¿ Devolveremos los libros,          significado  de  las  cosas.  Me siento aquí y sé que estoy
            los olvidamos?»                                                   vivo.                                        , l  o,
                                                                                En realidad  eso fue todo.  Una  hora  de mono og
               Abrió el libro, no obstante la risa de Mildred.                un poema, un  �omentario;  y,  luego, sin ni siquiera alu­
               «¡Pobre Millie!  -pensó-.  ¡Pobre  Montag!  También
                                                                              dir al  hecho  de  que Montag  era bombero,  Fabe ,  con
                                                                                                                           �
            para ti carece de sentido. Pero, ¿dónde puedes conseguir         cierto temblor, escribió su dirección  en un pedacito  de
            ayuda, dónde encontrar a un maestro a estas alturas?»
               Aguardó. Montag cerró los ojos. Sí, desde luego. Vol­         papel.                                        d  'd  a
            vió a encontrarse pensando en el  verde  parque  un  año            -Para su archivo -dijo-,  en el caso de que   eci
            atrás.  Últimamente, aquel  pensamiento  había  acudido           enojarse conmigo.                          .
            muchas veces a su mente, pero, en  aquel mpmento, re­               -No estoy enojado -dijo Montag, s rprend1do.
                                                                                                                  �
            cordó con claridad aquel día  en el  parque  de  la ciudad,         Mildred rió estridentemente en el vesubulo.
            cuando vio a aquel viejo vestido de negro que ocultaba              Montag fue al armario de su dormitorio y buscó en su
            algo, con rapidez, bajo su chaqueta.                             pequeño archivo en  la  carpeta titulada:  FUTURAS IN­ ,
                                                                             VESTIGACIONES (?).  El  nombre de Faber estaba all1.
              El viejo se levantó de un salto, como si se dispusiese a
           echar a correr. Y Montag dijo:                                    Montag no lo había entregado, ni borrado.   .      el
              -¡Espere!                                                         Marcó el número  de un  teléfono secundario.  En
                                                                                                                 ·  ·,  ¡  nom  re
                                                                                                        l
              -¡No he hecho nada! -gritó el viejo, tembloroso.               otro extremo de  la línea,  el a tavoz rep1t10  e   b  de
                                                                             Faber una docena de veces, antes de que el profesor con-
              -Nadie ha dicho lo contrario.                                                                      ·f·  ,     orres-
                                                                                                                       f
              Sin decir una palabra, permanecieron sentados un mo­           testara con voz débil. Montag se  I  ·¿  entJ ico y  ue c
           mento bajo la suave  luz verdosa; y, luego, Montag habló          pondido con un prolongado silencio.
           del  tiempo, respondiendo el viejo con voz descolorida.              -Dígame, Mr. Montag.
                                                                                -Profesor  Faber, quiero  hacerle una pregunta bas-
           Fue un extraño encuentro. El viejo admitió ser un profe­          tante extraña. ¿  Cuántos ejemplares de la Biblia quedan en
           sor de  Literatura retirado que,  cuarenta años  atrás,  se
           quedó sin trabajo cuando la última universidad de Artes           este país?
                                                                                                          !
           Liberales cerró por falta de estudiantes.  Se llamaba Faber          -¡No sé de qué me está hab an � o!
                                                                                -Quiero saber si queda algun e¡ emplar.
                                                                                                                                .
           y cuando, por fin, dejó de temer a Montag habló con voz              -¡Esto es una trampa!  ¡No puedo hablar con  el pri-
           llena de cadencia, contemplando el cielo, los árboles y  el
           exuberante  parque;  y al cabo  de  una  hora,  dijo  algo a      mero que me llama por teléfono!                ,  1
                                                                                -·Cuántos e¡· emplares de Shakespeare y de Piaron.
           Montag,  y éste se  dio cuenta de  que  era un  poema sin              é                      .                    '
           rima.  Después, el viejo aún se mostró más audaz y dijo              -¡Ninguno! Lo sabe tan bien como yo.¡  N'  mguno.
           algo, y también se trataba de un poema. Faber apoyó una              Faber colgó.                                d  d  e
                                                                                Montag dejó  el aparato.  Ninguno. Ya lo sabía,  es
                                                                                                                               .
           mano sobre el  bolsillo izquierdo de  su chaqueta y  pro­         luego,  por las  listas  del  cuartel de bomberos.  Pero,  srn
           nunció las palabras con suavidad, y Montag comprendió                                             .          _
                                                                             embargo, había querido oírlo de labios del prop10 Faber.
                                                                                                                             85
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