Page 82 - Fahrenheit 451
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Ambos leyeron durante toda la larga tarde, mientras la
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                                                                              manecieron sentados en el vestíbulo, porque la sala de es­
                                                                              tar aparecía vacía y poco acogedora en sus paredes ilumi­
                                                                              nadas de confeti naranja y amarillo, y cohetes, y mujeres
                                                                              en trajes de lamé dorado, y hombres de frac sacando co­
                                                                              nejos de sombreros plateados.  La sala de estar resultaba
                                                                              muerta, y Mildred  le lanzaba  continuas  e inexpresivas
                                                                              miradas, en tanto que Montag andaba de un lado al otro
                                                                              del vestíbulo para agacharse y leer una página en voz alta.
                                                                                 No podemos determinar el momento concreto en que
                                                                              nace la amistad.  Como al llenar un recipiente gota a gota,
                                                                              hay una gota final  que  lo hace  desbordarse,  del mismo
                                                                              modo, en una serie de gentilezas hay una final que ace­
                                                                              lera los latidos del corazón.
                                                                                 Montag se quedó escuchando el ruido de la lluvia.
                                                                                 -¿ Era eso lo que había en esa muchacha de al lado?
                                                                              ¡He tratado tanto de comprenderlo!
                                                                                -Ella ha muerto. Por amor de Dios, hablemos de al­
                                                                              guien que esté vivo.
                                                                                 Montag no miró a su esposa al atravesar el vestíbulo y
                                                                              dirigirse a la cocina, donde permaneció mucho rato, ob­
                                                                              servando cómo la  lluvia golpeaba los cristales.  Después,
                                                                              regresó a la luz grisácea del vestíbulo y esperó a que se
                                                                              calmara el temblor que sentía en su cuerpo.
                                                                                Abrió otro libro.

                                                                                                                             81
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