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me robaron el corazón.
Esta canción obsesionaba a Londres desde hacía muchas semanas. Era una
de las producciones de una subsección del Departamento de Música con
destino a los proles. La letra de estas canciones se componía sin intervención
humana en absoluto, valiéndose de un instrumento llamado «versificador».
Pero la mujer la cantaba con tan buen oído que el horrible sonsonete se había
convertido en unos sonidos casi agradables. Winston oía la voz de la mujer, el
ruido de sus zapatos sobre el empedrado del patio, los gritos de los niños en la
calle, y a cierta distancia, muy débilmente, el zumbido del tráfico, y sin
embargo su habitación parecía impresionantemente silenciosa gracias a la
ausencia de telepantalla.
«¡Qué locura! ¡Qué locura!», pensó Winston. Era inconcebible que Julia y
él pudieran frecuentar este sitio más de unas semanas sin que los cazaran. Pero
la tentación de disponer de un escondite verdaderamente suyo bajo techo y en
un sitio bastante cercano al lugar de trabajo, había sido demasiado fuerte para
él. Durante algún tiempo después de su visita al campanario les había sido por
completo imposible arreglar ninguna cita. Las horas de trabajo habían
aumentado implacablemente en preparación de la Semana del Odio. Faltaba
todavía más de un mes, pero los enormes y complejos preparativos cargaban
de trabajo a todos los miembros del Partido. Por fin, ambos pudieron tener la
misma tarde libre. Estaban ya de acuerdo en volver a verse en el claro del
bosque. La tarde anterior se cruzaron en la calle. Como de costumbre, Winston
no miró directamente a Julia y ambos se sumaron a una masa de gente que
empujaba en determinada dirección. Winston se fue acercando a ella.
Mirándola con el rabillo del ojo notó en seguida que estaba más pálida que de
costumbre.
—Lo de mañana es imposible —murmuró Julia en cuanto creyó prudente
poder hablar.
—¿Qué?
—Que mañana no podré ir.
La primera reacción de Winston fue de violenta irritación. Durante el mes
que la había conocido la naturaleza de su deseo por ella había cambiado. Al
principio había habido muy poca sensualidad real. Su primer encuentro
amoroso había sido un acto de voluntad. Pero después de la segunda vez había
sido distinto. El olor de su pelo, el sabor de su boca, el tacto de su piel
parecían habérsele metido dentro o estar en el aire que lo rodeaba. Se había
convertido en una necesidad física, algo que no solamente quería sino sobre lo
que a la vez tenía derecho. Cuando ella dijo que no podía venir, había sentido
como si lo estafaran. Pero en aquel momento la multitud los aplastó el uno
contra el otro y sus manos se unieron y ella le acarició los dedos de un modo