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que organizaba el Partido. Iban retrasados y por equivocación doblaron por un
camino que los condujo rápidamente a un lugar solitario. Estaban al borde de
un precipicio. Nadie había allí para preguntarle. En cuanto se dieron cuenta de
que se habían perdido, Katharine empezó a ponerse nerviosa. Hallarse alejada
de la ruidosa multitud de excursionistas, aunque sólo fuese durante un
momento, le producía un fuerte sentido de culpabilidad. Quería volver
inmediatamente por el camino que habían tomado por error y empezar a
buscar en la dirección contraria. Pero en aquel momento Winston descubrió
unas plantas que le llamaron la atención. Nunca había visto nada parecido y
llamó a Katharine para que las viera.
—¡Mira, Katharine; mira esas flores! Allí, al fondo; ¿ves que son de dos
colores diferentes?
Ella había empezado ya a alejarse, pero se acercó un momento, a cada
instante más intranquila. Incluso se inclinó sobre el precipicio para ver donde
señalaba Winston. Él estaba un poco más atrás y le puso la mano en la cintura
para sostenerla. No había nadie en toda la extensión que se abarcaba con la
vista, no se movía ni una hoja y ningún pájaro daba señales de presencia.
Entonces pensó Winston que estaban completamente solos y que en un sitio
como aquél había muy pocas probabilidades de que tuvieran escondido un
micrófono, e incluso si lo había, sólo podría captar sonidos. Era la hora más
cálida y soñolienta de la tarde. El sol deslumbraba y el sudor perlaba la cara de
Winston. Entonces se le ocurrió que...
—¿Por qué no le diste un buen empujón? dijo Julia—. Yo lo habría hecho.
—Sí, querida; yo también lo habría hecho si hubiera sido la misma persona
que ahora soy. Bueno, no estoy seguro...
—¿Lamentas ahora haber desperdiciado la ocasión?
—Sí. En realidad me arrepiento de ello.
Estaban sentados muy juntos en el suelo. Él la apretó más contra sí. La
cabeza de ella descansaba en el hombro de él y el agradable olor de su cabello
dominaba el desagradable hedor a palomar. Pensó Winston que Julia era muy
joven, que esperaba todavía bastante de la vida y por tanto no podía
comprender que empujar a una persona molesta por un precipicio no resuelve
nada.
—Habría sido lo mismo —dijo.
—Entonces, ¿por qué dices que sientes no haberlo hecho?
—Sólo porque prefiero lo positivo a lo negativo. Pero en este juego que
estamos jugando no podemos ganar. Unas clases de fracaso son quizá mejores
que otras, eso es todo.