Page 100 - 1984
P. 100
Se dio la vuelta y por un segundo casi no la reconoció. Había esperado
verla desnuda. Pero no lo estaba. La transformación había sido mucho mayor.
Se había pintado la cara. Debía de haber comprado el maquillaje en alguna
tienda de los barrios proletarios. Tenía los labios de un rojo intenso, las
mejillas rosadas y la nariz con polvos. Incluso se había dado un toquecito
debajo de los ojos para hacer resaltar su brillantez: No se había pintado muy
bien, pero Winston entendía poco de esto. Nunca había visto ni se había
atrevido a imaginar a una mujer del Partido con cosméticos en la cara. Era
sorprendente el cambio tan favorable que había experimentado el rostro de
Julia. Con unos cuantos toques de color en los sitios adecuados, no sólo estaba
mucho más bonita, sino, lo que era más importante, infinitamente más
femenina. Su cabello corto y su «mono» juvenil de chico realzaban aún más
este efecto. Al abrazarla sintió Winston un perfume a violetas sintéticas.
Recordó entonces la semioscuridad de una cocina en un sótano y la boca negra
cavernosa de una mujer. Era el mismísimo perfume que aquélla había usado,
pero a Winston no le importaba esto por lo pronto.
—¡También perfume! —dijo.
—Sí, querido; también me he puesto perfume. ¿Y sabes lo que voy a hacer
ahora? Voy a buscarme en donde sea un verdadero vestido de mujer y me lo
pondré en vez de estos asquerosos pantalones. ¡Llevaré medias de seda y
zapatos de tacón alto! Estoy dispuesta a ser en esta habitación una mujer y no
una camarada del Partido.
Se sacaron las ropas y se subieron a la gran cama de caoba. Era la primera
vez que él se desnudaba por completo en su presencia. Hasta ahora había
tenido demasiada vergüenza de su pálido y delgado cuerpo, con las varices
saliéndole en las pantorrillas y el trozo descolorido justo encima de su tobillo.
No había sábanas pero la manta sobre la que estaban echados estaba gastada y
era suave, y el tamaño y lo blando de la cama los tenía asombrados.
—Seguro que está llena de chinches, pero ¿qué importa? —dijo Julia.
No se veían camas dobles en aquellos tiempos, excepto en las casas de los
proles. Winston había dormido en una ocasionalmente en su niñez. Julia no
recordaba haber dormido nunca en una.
Durmieron después un ratito. Cuando Winston se despertó, el reloj
marcaba cerca de las nueve de la noche. No se movieron, porque Julia dormía
con la cabeza apoyada en el hueco de su brazo. Casi toda su pintura había
pasado a la cara de Winston o a la almohada, pero todavía le quedaba un poco
de colorete en las mejillas. Un rayo de sol poniente caía sobre el pie de la
cama y daba sobre la chimenea donde el agua hervía a borbotones. Ya no
cantaba la mujer en el patio, pero seguían oyéndose los gritos de los niños en
la calle. Julia se despertó, frotándose los ojos, y se incorporó apoyándose en