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lo que les hacía estar tan cerca y teniendo buen cuidado de no mirarse nunca,

               podían  sostener  una  curiosa  e  intermitente  conversación  que  se  encendía  y
               apagaba  como  los  rayos  de  luz  de  un  faro.  En  cuanto  se  aproximaba  un
               uniforme  del  Partido  o  caían  cerca  de  una  telepantalla,  se  callaban
               inmediatamente. Y reanudaban la conversación minutos después, empezando a
               la mitad de una frase que habían dejado sin terminar, y luego volvían a cortar

               en seco cuando les llegaba el momento de separarse. Y al día siguiente seguían
               hablando sin más preliminares. Julia parecía estar muy acostumbrada a esta
               clase de conversación, que ella llamaba «hablar por folletones». Tenía además
               una sorprendente habilidad para hablar sin mover los labios. Una sola vez en
               todo un mes de encuentros nocturnos consiguieron darse un beso. Pasaban en
               silencio por una calle (Julia nunca hablaba cuando estaban lejos de las calles
               principales) y en ese momento oyeron un ruido ensordecedor, la tierra tembló

               y  se  oscureció  la  atmosfera.  Winston  se  encontró  tendido  al  lado  de  Julia,
               magullado y con un terrible pánico. Una bomba cohete había estallado muy
               cerca. De pronto se dio cuenta de que tenía junto a la suya la cara de Julia.
               Estaba palidísima, hasta los labios los tenía blancos. No era palidez, sino una
               blancura de sal. Winston creyó que estaba muerta. La abrazó en el suelo y se

               sorprendió de estar besando un rostro vivo y cálido. Es que se le había llenado
               la  cara  del  yeso  pulverizado  por  la  explosión.  Tenía  la  cara  completamente
               blanca.

                   Algunas  tardes,  a  última  hora,  llegaban  al  sitio  convenido  y  tenían  que
               andar  a  cierta  distancia  uno  del  otro  sin  dar  la  menor  señal  de  reconocerse
               porque había aparecido una patrulla por una esquina o volaba sobre ellos un
               autogiro. Aunque hubiera sido menos peligroso verse, siempre habrían tenido

               la dificultad del tiempo. Winston trabajaba sesenta horas a la semana y Julia
               todavía  más.  Los  días  libres  de  ambos  variaban  según  las  necesidades  del
               trabajo y no solían coincidir. Desde luego, Julia tenía muy pocas veces una
               tarde libre por completo. Pasaba muchísimo tiempo asistiendo a conferencias
               y  manifestaciones,  distribuyendo  propaganda  para  la  Liga  juvenil  Anti-Sex,
               preparando banderas y estandartes para la Semana del Odio, recogiendo dinero
               para  la  Campaña  del  Ahorro  y  en  actividades  semejantes.  Aseguraba  que

               merecía  la  pena  darse  ese  trabajo  suplementario;  era  un  camuflaje.  Si  se
               observaban las pequeñas reglas se podían infringir las grandes. Julia indujo a
               Winston a que dedicara otra de sus tardes como voluntario en la fabricación de
               municiones como solían hacer los más entusiastas miembros del Partido. De
               manera  que  una  tarde  cada  semana  se  pasaba  Winston  cuatro  horas  de

               aburrimiento  insoportable  atornillando  dos  pedacitos  de  metal  que
               probablemente  formaban  parte  de  una  bomba.  Este  trabajo  en  serie  lo
               realizaban en un taller donde los martillazos se mezclaban espantosamente con
               la música de la telepantalla. El taller estaba lleno de corrientes de aire y muy
               mal iluminado.
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