Page 89 - 1984
P. 89
Podemos volver a este sitio —propuso Julia—. En general, puede
emplearse dos veces el mismo escondite con tal de que se deje pasar uno o dos
meses.
En cuanto se despertó, la conducta de Julia había cambiado. Tenía ya un
aire prevenido y frío. Se vistió, se puso el cinturón rojo y empezó a planear el
viaje de regreso. A Winston le parecía natural que ella se encargara de esto.
Evidentemente poseía una habilidad para todo lo práctico que Winston carecía
y también parecía tener un conocimiento completo del campo que rodeaba a
Londres. Lo había aprendido a fuerza de tomar parte en excursiones
colectivas. La ruta que le señaló era por completo distinta de la que él había
seguido al venir, y le conducía a otra estación. «Nunca hay que regresar por el
mismo camino de ida», sentenció ella, como si expresara un importante
principio general. Ella partiría antes y Winston esperaría media hora para
emprender la marcha a su vez.
Había nombrado Julia un sitio donde podían encontrarse, después de
trabajar, cuatro días más tarde. Era una calle en uno de los barrios más pobres
donde había un mercado con mucha gente y ruido. Estaría por allí, entre los
puestos, como si buscara cordones para los zapatos o hilo de coser. Si le
parecía que no había peligro se llevaría el pañuelo a la nariz cuando se
acercara Winston. En caso contrario, sacaría el pañuelo. Él pasaría a su lado
sin mirarla. Pero con un poco de suerte, en medio de aquel gentío podrían
hablar tranquilos durante un cuarto de hora y ponerse de acuerdo para otra
cita.
—Ahora tengo que irme —dijo la muchacha en cuanto vio que él se había
enterado bien de sus instrucciones. Debo estar de vuelta a las diecinueve
treinta. Tengo que dedicarme dos horas a la Liga Anti-Sex repartiendo folletos
o algo por el estilo. ¿Verdad que es un asco? Sacúdeme con las manos. ¿Estás
seguro de que no tengo briznas en el cabello? ¡Bueno, adiós, amor mío; adiós!
Se arrojó en sus brazos, lo besó casi violentamente y poco después
desaparecía por el bosque sin hacer apenas ruido. Incluso ahora seguía sin
saber cómo se llamaba de apellido ni dónde vivía. Sin embargo, era igual, pues
resultaba inconcebible que pudieran citarse en lugar cerrado ni escribirse.
Nunca volvieron al bosquecillo. Durante el mes de mayo sólo tuvieron una
ocasión de estar juntos de aquella manera. Fue en otro escondite que conocía
Julia, el campanario de una ruinosa iglesia en una zona casi desierta donde una
bomba atómica había caído treinta años antes. Era un buen escondite una vez
que se llegaba allí, pero era muy peligroso el viaje. Aparte de eso, se vieron
por las calles en un sitio diferente cada tarde y nunca más de media hora cada
vez. En la calle era posible hablarse de cierta manera. Mezclados con la
multitud, juntos, pero dando la impresión de que era el movimiento de la masa