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Estandartes, desfiles, consignas, excursiones colectivas y todo eso. Y creíste
que a las primeras de cambio te denunciaría como criminal mental y haría que
te mataran.
—Sí, algo así. Ya sabes que muchas chicas son de ese modo.
—La culpa la tiene esa porquería —dijo Julia quitándose el cinturón rojo
de la Liga Anti-Sex y tirándolo a una rama, donde quedó colgado. Luego,
como si el tocarse la cintura le hubiera recordado algo, sacó del bolsillo de su
«mono» una tableta de chocolate. La partió por la mitad y le dio a Winston
uno de los pedazos. Antes de probarlo, ya sabía él por el olor que era un
chocolate muy poco frecuente. Era oscuro y brillante, envuelto en papel de
plata. El chocolate, corrientemente, era de un color castaño claro y
desmigajaba con gran facilidad; y en cuanto a su sabor, era algo así como el
del humo de la goma quemada. Pero alguna vez había probado chocolate
como el que ella le daba ahora. Su aroma le había despertado recuerdos que no
podía localizar, pero que lo turbaban intensamente.
—¿Dónde encontraste esto? —dijo.
En el mercado negro —dijo ella con indiferencia—. Yo me las arreglo
bastante bien. Fui jefe de sección en los Espías. Trabajo voluntariamente tres
tardes a la semana en la Liga juvenil Anti-Sex. Me he pasado horas y horas
desfilando por Londres. Siempre soy yo la que lleva uno de los estandartes.
Pongo muy buena cara y nunca intento librarme de una lata. Mi lema es «grita
siempre con los demás». Es el único modo de estar seguros.
El primer trocito de chocolate se le había derretido a Winston en la lengua.
Su sabor era delicioso. Pero le seguía rondando aquel recuerdo que no podía
fijar, algo así como un objeto visto por el rabillo del ojo. Hizo por librarse de
él quedándole la sensación de que se trataba de algo que él había hecho en
tiempos y que hubiera preferido no haber hecho.
—Eres muy joven —dijo—. Debes de ser unos diez o quince años más
joven que yo. ¿Qué has podido ver en un hombre como yo que te haya
atraído?
—Algo en tu cara. Me decidí a arriesgarme. Conozco en seguida a la gente
de la acera de enfrente. En cuanto te vi supe que estabas contra ellos.
Ellos, por lo visto, quería decir el Partido, y sobre todo el Partido Interior,
sobre el cual hablaba Julia con un odio manifiesto que intranquilizaba a
Winston, aunque sabía que aquel sitio en que se hallaban era uno de los
poquísimos lugares donde nada tenían que temer. Le asombraba la rudeza con
que hablaba Julia. Se suponía que los miembros del Partido no decían
palabrotas, y el propio Winston apenas las decía como no fuera entre dientes.
Sin embargo, Julia no podía nombrar al Partido, especialmente al Partido