Page 85 - 1984
P. 85

Estandartes, desfiles, consignas, excursiones colectivas y todo eso. Y creíste
               que a las primeras de cambio te denunciaría como criminal mental y haría que
               te mataran.

                   —Sí, algo así. Ya sabes que muchas chicas son de ese modo.

                   —La culpa la tiene esa porquería —dijo Julia quitándose el cinturón rojo
               de  la  Liga  Anti-Sex  y  tirándolo  a  una  rama,  donde  quedó  colgado.  Luego,

               como si el tocarse la cintura le hubiera recordado algo, sacó del bolsillo de su
               «mono» una tableta de chocolate. La partió por la mitad y le dio a Winston
               uno  de  los  pedazos.  Antes  de  probarlo,  ya  sabía  él  por  el  olor  que  era  un
               chocolate  muy  poco  frecuente.  Era  oscuro  y  brillante,  envuelto  en  papel  de
               plata.  El  chocolate,  corrientemente,  era  de  un  color  castaño  claro  y
               desmigajaba con gran facilidad; y en cuanto a su sabor, era algo así como el
               del  humo  de  la  goma  quemada.  Pero  alguna  vez  había  probado  chocolate
               como el que ella le daba ahora. Su aroma le había despertado recuerdos que no

               podía localizar, pero que lo turbaban intensamente.

                   —¿Dónde encontraste esto? —dijo.

                   En  el  mercado  negro  —dijo  ella  con  indiferencia—.  Yo  me  las  arreglo
               bastante bien. Fui jefe de sección en los Espías. Trabajo voluntariamente tres
               tardes a la semana en la Liga juvenil Anti-Sex. Me he pasado horas y horas

               desfilando por Londres. Siempre soy yo la que lleva uno de los estandartes.
               Pongo muy buena cara y nunca intento librarme de una lata. Mi lema es «grita
               siempre con los demás». Es el único modo de estar seguros.

                   El primer trocito de chocolate se le había derretido a Winston en la lengua.
               Su sabor era delicioso. Pero le seguía rondando aquel recuerdo que no podía
               fijar, algo así como un objeto visto por el rabillo del ojo. Hizo por librarse de
               él quedándole la sensación de que se trataba de algo que él había hecho en

               tiempos y que hubiera preferido no haber hecho.

                   —Eres  muy  joven  —dijo—.  Debes  de  ser  unos  diez  o  quince  años  más
               joven  que  yo.  ¿Qué  has  podido  ver  en  un  hombre  como  yo  que  te  haya
               atraído?

                   —Algo en tu cara. Me decidí a arriesgarme. Conozco en seguida a la gente
               de la acera de enfrente. En cuanto te vi supe que estabas contra ellos.

                   Ellos, por lo visto, quería decir el Partido, y sobre todo el Partido Interior,

               sobre  el  cual  hablaba  Julia  con  un  odio  manifiesto  que  intranquilizaba  a
               Winston,  aunque  sabía  que  aquel  sitio  en  que  se  hallaban  era  uno  de  los
               poquísimos lugares donde nada tenían que temer. Le asombraba la rudeza con
               que  hablaba  Julia.  Se  suponía  que  los  miembros  del  Partido  no  decían
               palabrotas, y el propio Winston apenas las decía como no fuera entre dientes.
               Sin  embargo,  Julia  no  podía  nombrar  al  Partido,  especialmente  al  Partido
   80   81   82   83   84   85   86   87   88   89   90