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gente, en los capitalistas, empujarles a ustedes de la acera para tener libre el
paso?
—Uno me empujó una vez —dijo el anciano—. Lo recuerdo como si fuera
ayer. Era un día de regatas nocturnas y en esas noches había mucha gente
grosera, y me tropecé con un tipo joven y jactancioso en la avenida
Shaftesbury. Era un caballero, iba vestido de etiqueta y con sombrero de copa.
Venía haciendo zigzags por la acera y tropezó conmigo. Me dijo: «¿Por qué no
mira usted por dónde va?». Yo le dije: «¡A ver si se ha creído usted que ha
comprado la acera!». Y va y me contesta: «Le voy a dar a usted para el pelo si
se descara así conmigo». Entonces yo le solté: «Usted está borracho y, si
quiero, acabo con usted en medio minuto». Sí señor, eso le dije y no sé si me
creerá usted, pero fue y me dio un empujón que casi me manda debajo de las
ruedas de un autobús. Pero yo por entonces era joven y me dispuse a darle su
merecido; sin embargo...
Winston perdía la esperanza de que el viejo le dijera algo interesante. La
memoria de aquel hombre no era más que un montón de detalles. Aunque se
pasara el día interrogándole, nada sacaría en claro. Según sus «declaraciones»,
los libros de Historia publicados por el Partido podían seguir siendo verdad,
después de todo; podían ser incluso completamente verídicos. Hizo un último
intento.
—Quizás no me he explicado bien. Lo que trato de decir es esto: usted ha
vivido mucho tiempo; la mitad de su vida ha transcurrido antes de la
Revolución. En 1925, por ejemplo, era usted ya un hombre. ¿Podría usted
decir, por lo que recuerda de entonces, que la vida era en 1925 mejor que
ahora o peor? Si tuviera usted que escoger, ¿preferiría usted vivir entonces o
ahora?
El anciano contempló meditabundo a los que tiraban al blanco. Terminó su
cerveza con más lentitud que la vez anterior y por último habló con un tono
filosófico y tolerante como si la cerveza lo hubiera dulcificado.
—Ya sé lo que espera usted que le diga. Usted querría que le dijera que
prefiero volver a ser joven. Muchos lo dicen porque en la juventud se tiene
salud y fuerza. En cambio, a mis años nunca se está bien del todo. Tengo
muchos achaques. He de levantarme seis y siete veces por la noche cuando me
da el dolor. Por otra parte, esto de ser viejo tiene muchas ventajas. Por
ejemplo, las mujeres no le preocupan a uno y eso es una gran ventaja. Yo hace
treinta años que no he estado con una mujer, no sé si me creerá usted. Pero lo
más grande es que no he tenido ganas.
Winston se apoyó en el alféizar de la ventana. Era inútil proseguir. Iba a
pedir más cerveza cuando el viejo se levantó de pronto y se dirigió renqueando
hacia el urinario apestoso que estaba al fondo del local. Winston siguió unos